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Todo lo que hay en este blog es literatura. Puede ser interpretada como se quiera, por ende y todo lo que se diga al respecto será respetable y respetado. Es por eso que pido a los lectores y visitantes de este blog que comenten; lo que les parezca, "su opinión nos interesa".



Además me gustaría aclarar que toda la producción publicada en este blog no es mía propia, sino que en todo me ayudó, poco más o poco menos, pero siempre significativamente, Hernán Tenorio.



lunes, 13 de octubre de 2014

Nadie nada nunca. Juan José Saer

Nadie nada nunca es una novela de Juan José Saer, escrita entre 1972 y 1978, y publicada por primera vez en México en 1980. Cuenta, en 222 páginas, muchísimo más de lo que parece contar, y muchísimo menos de lo que uno esperaría que cuente en esa extensión una novela normal. Y es que esa es la poética y la estética (el estilo, en una palabra) de Saer: narra desde distintos puntos de vista, con distintos narradores, incluyendo o excluyendo acciones, contando con menos, con más o con muchísimos más detalles, un fin de semana en la vida del Gato Garay, recluido por no se sabe bien qué razones (no se sabe si se está escondiendo, si es un ermitaño, si está de vacaciones; lo cierto es que en todo el fin de semana, sale solamente en una ocasión y por muy poco tiempo) en una casa en la costa de Rincón Norte, cerca de la ciudad de Santa Fé. El Gato es un  personaje interesante, que tiene otras apariciones en la obra de Saer (o desapariciones: casi siempre figura como una persona que ya no está) y del cual, por haber leído Glosa (1985) y otras novelas o cuentos, ya conocía su destino: fue secuestrado por los militares en aquella casa en la costa de Rincón Norte, presumiblemente poco tiempo después de terminada la narración de la novela. Y es que esta novela no narra ese secuestro ni, siendo estrictos, lo deja suponer. Es cierto que hay símbolos del malestar político de la época: se cuenta que desde hace unos meses un asesino de caballos viene actuando en la costa del Río Paraná, ensañándose con ellos, pegándoles un tiro en la cabeza y después descuartizándolos. Es un escenario extraño, alegoría de la situación del país en ese momento. Pero el Gato, Elisa, Tomatis, incluso el bañero (un guardavidas que trabaja cerca de la casa donde habita el Gato), aparentemente continúan el curso normal de sus vidas, sin prestarle demasiada atención a estos hechos delictivos, un poco negligente, un poco cínicamente; el único que lo hace es el Ladeado, quien deja a cuidado del Gato su bayo amarillo para protegerlo del asesino de caballos; el Ladeado, personaje que ya apareció antes en El limonero real (1974), quien está siempre preocupado por “que no aparezca, súbita, silenciosa, la mano con la pistola, y que no apoye el caño, despacio, en la sien inocente. Que no retumbe la explosión”, y quien todo el tiempo está pensando “en que no se haya, la noche anterior, levantado, despacio, la mano con la pistola, en que no se haya apoyado, con suavidad, en la cabeza amarillenta, en que no haya retumbado, súbita, llegando incluso hasta las islas, la explosión”.


                Y si bien pasan algunas cosas, si bien el Ladeado lleva el caballo a lo del Gato, el Gato va a nadar al río, cruzándose con el bañero, Elisa va a visitarlo a la casa blanca, lo mismo que Tomatis, el principio de esta novela es muy particular. Por un lado, el título, es totalmente negativo y negador. Nadie. Nada. Nunca. Por el otro, las dos primeras oraciones: “No hay, al principio, nada. Nada.”. Al principio de esta novela, no hay nada. Nada, recalca. No hay principio. Comienza después del principio, describiendo al “río, liso, dorado, sin una sola arruga” y en él, a la isla “baja, polvorienta, en pleno sol, su barranca cayendo suave, medio comida por el agua” frente a la playa y a la casa donde está el Gato. El título y el principio (en el que no hay nada) llevan a uno a preguntarse qué queda, qué puede ser narrado o contado si no hay nadie, ninguna persona, si no hay nada, ninguna cosa, y si aquel nadie no hace nada en ningún momento, nunca. ¿Qué queda? Pensando esto, se me ocurrió imaginarme una situación cualquiera, por ejemplo mi situación actual: estoy yo, sentado, en una mesa, frente a la computadora, en la cocina de mi casa en Lanús, en este instante. Hice el ejercicio, un poco tonto, de ir desempastando, separando una por una esas cosas.
Primero, nadie: entonces no estoy yo, pero siguen estando, ahora, la mesa, la computadora, la cocina, la casa en Lanús.
Segundo, nada: no están la mesa ni la computadora ni la cocina. Quedaría solamente tiempo y espacio: ahora, Lanús.
Por último, nunca. Saco el tiempo, el ahora.
 ¿Qué quedó entonces? Solamente un Lugar.
“(…) y ahora, en la oscuridad, los ruidos, los murmullos, el canto de las cigarras, el ladrido de un perro en la otra punta del pueblo, comienzan, de un modo gradual, a desempastarse, a separarse, construyendo, en la masa compacta y negra de la noche, niveles, dimensiones, alturas, distancias diferentes, una estructura de ruidos que producen, en la negrura uniforme, un espacio frágil, precario, cuya distribución en la negrura cambia de un modo continuo de forma, de duración, y hasta se diría, por decirlo de algún modo, de lugar”.
Una interpretación del título, entonces, es que lo único que puede narrarse es un lugar. No es coincidencia que la obra de Saer tenga como elemento, concepto, categoría o incluso imagen privilegiada, la espacial. Se ve en los títulos, sobre todo en los de cuentos: En la zona; Lugar; Unidad de Lugar; o en la novela La vuelta completa, pero también en que la mayoría de sus historias transcurren en distintos tiempos, con distintos personajes, pero siempre en una zona privilegiada, en la zona que linda a la ciudad de Santa Fé, junto al inmenso río Paraná, con sus afluentes, sus islas, sus ciudades, sus pueblos, sus habitantes, actuales o pasados.

“El presente, que es tan ancho como largo es el tiempo entero”. Esta oración, una de las dos oraciones que figuran en cursivas en el libro, creo que ayuda a explicar un poco esta insistencia sobre lo espacial, y a relacionarlo con la estética o la poética saeriana: el tiempo entero es infinitamente largo; entonces el presente es infinitamente ancho. Por eso es que se puede narrar lo mismo, una anécdota tan mínima como un fin de semana en una casa en la costa del río Paraná, o una caminata durante 21 cuadras, o un solo día, el último del año, en 5, en 10, en 222 o en infinita cantidad de páginas, porque el presente es, al igual que el pasado o el futuro, infinito. Y es también por eso que muchas imágenes que aparecen en esta novela son casi instantáneas, como una descripción obsesivamente minuciosa de una fotografía, o de un instante que, en tiempo real, transcurriría en apenas unos segundos:
“Sosteniendo el balde rojo por la manija en arco, con la mano derecha, el Gato gira, dando la espalda al motor que zumba, con ritmos complejos, en el sol: la mano derecha va ligeramente hacia adelante, la mano izquierda hacia atrás, de modo que los brazos están separados del cuerpo, en línea oblicua, las piernas separadas, la planta del pie derecho apoyada entera en el suelo, adelante, el pie izquierdo apoyado en la punta, los dedos amontonados y doblados, la sombra proyectándose sobre la tierra apisonada en la que no crece una sola mata de pasto”.
Al leer este párrafo, que está entre las primeras páginas del libro, me costó mucho darme cuenta de que debía imaginármelo como una foto, o una escena en la que el tiempo estaba transcurriendo muy “lentamente” (que en realidad no es así: es que el presente es tan ancho que puede narrarse infinitamente, durante párrafos y párrafos, una escena que transcurre en un veloz y nimio segundo) y que en realidad no es que el Gato estuviera parado de una manera extraña durante un rato, intentando mantener un ridículo equilibrio con el balde rojo en la mano, sino que recién lo había llenado, había girado y había empezado a caminar; ahí el tiempo se “detuvo” y Saer nos narró la posición en la que está el Gato en el preciso instante de dar el primer paso: una mano adelante, la otra atrás, las piernas separadas, una totalmente apoyada, la de adelante, la que se adelantó y se apoyó para, cuando esta imagen concluya, cuando el tiempo vuelva a transcurrir normalmente, poder sostener el peso del cuerpo mientras la otra pierna, que ahora está atrás, apoyada únicamente en los dedos amontonados y doblados, como tomando envión, se adelante a su vez, y se apoye completamente… Más adelante, otro párrafo parece explicar o justificar estos procedimientos de descripción instantánea:
“Se siente como si estuviese mirando el instante con una lupa enorme, que produce un aumento de tales proporciones que el punto del instante que él está contemplando, por estar tan alejado de los bordes que continúan transcurriendo, permanece inmóvil y sin transcurrir”.
Y más adelante, otro fragmento:
“una imagen resquebrajada o descompuesta, más bien, en infinitos fragmentos, no como un rompecabezas sino más bien como una estampa móvil, que va construyéndose o destruyéndose, sucesivamente o a la vez, ante la mirada que percibe, sin hacerlas conscientes o sin comprender del todo, continuas, las modificaciones”.
Narrando así, con esta descripción minuciosa de una imagen estática, se exacerba un presente absoluto, en el que el tiempo parece no pasar. Es como si el tiempo o la realidad fueran esas imágenes estáticas sucesivas, casi idénticas, pero distintas, que van reemplazándose. Y para lograr cierta cohesión, es fundamental el papel que tiene la memoria, concepto también central en la obra de Saer:
“El viejo infinito no era ahora más que una yuxtaposición indefinida de cosas de la que no me era posible percibir más que unas pocas a las vez —no había secuela alguna de esa percepción, como no fuese en la memoria engañosa
porque si el presente es infinito, una memoria ideal, como la de Irineo Funes, podría demorarse no como plantea Borges sólo un día entero en reconstruir, detalle por detalle, sus recuerdos de un día entero, sino que se demoraría una eternidad en reconstruir, detalle por detalle, su recuerdo de la unidad más mínima del presente.
“De pronto, un recuerdo permanece, se ahonda, ocupa todo el horizonte visible, y Elisa va recuperando, uno a uno, sus detalles, va situándolo en el museo de su pasado, toda vuelta hacia él (…). Va adentrándose en él como en una ciénaga, y a medida que se hunde, no percibe tampoco que su recuerdo no tiene fondo, que podría ir agregando, si se lo propusiese, y si la memoria se pusiese de su lado, detalles al infinito”.

Considerando todo esto, puede pensarse en otra interpretación del título, una interpretación heraclítea, tomando la segunda palabra del título no como un adverbio, sino como un verbo: Nadie nada nunca dos veces en el mismo río, porque la realidad no es estática, inmóvil y firme, sino que está en permanente cambio; que puede parecer inmóvil o fugaz dependiendo de la perspectiva desde la cual se la mire: desde la perspectiva del tiempo, de la literatura clásica, donde la anécdota tiene un principio y un final temporalmente definidos, o desde la perspectiva del espacio, desde la cual puede narrarse lo mismo, la misma anécdota concreta infinitas veces sin, por eso, dejar de narrar una historia que es la misma, pero que a su vez es infinitamente distinta.



6 comentarios:

  1. Buenísimo, Iván. Un trabajo de lectura comprometido y minucioso. Abrazo!!!

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  2. Genio! Tienes a Saer casi desmenuzado (a sobra de tiempo y espacio)

    ;)

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  3. buensimo!!!!, sin ser una literata, digo que me gusto.

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  4. Hola, Ivan. Me llamo Marisol y justo hago mi tesis de licenciatura sobre Nadie nada nunca. Tienes buenas impresiones y me gustaría preguntarte algunas cosas, ¿Crees que sea posible contactarte?

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  5. Si te interesa (espero que sea así) puedes contactarme como: soledadmorrison@hotmail.com

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  6. Acabo de terminar esa novela! Novelón! Es muy interesante tu análisis

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