El criador de
Gorilas es un libro de Roberto Arlt, cuyos relatos transcurren en su totalidad
en África, y reflejan las costumbres islámicas de los pueblos del norte del
continente y las de los pueblos del África negra. Es un libro
sorprendente; la verdad es que personalmente nunca hubiera esperado estar
frente a este tipo de narraciones, ni a este tipo de paisajes o escenarios, al
sentarme a leer un libro del mítico escritor de Flores.
Al leerlo, vinieron a mi cabeza
algunas lecturas de mi adolescencia, que no podría especificar con claridad;
recuerdo libros que me generaban extrañeza ante costumbres desconocidas, casi
fantásticas, y me atrapaban con aventuras en territorios exuberantes y salvajes.
Pienso en Stevenson, en Swift, en London, en Verne, en lo que imagino que serían
Defoe o Melville; pero también en algunos escritores latinoamericanos como Quiroga,
Carpentier, García Márquez, y seguramente muchos otros que no me
acuerdo ahora mismo, pero que supieron describir el continente ingenuamente poblado
de misterios, de magia, de selvas infinitas, de animales temibles, de tribus
salvajes y peligrosas.
Repito que es un libro que me
sorprendió para bien. Siempre imaginé a Arlt relacionado con la literatura
urbana de Buenos Aires, con Borges indefectiblemente, con Marechal, con Piglia,
a veces con Cortázar, otras con Walsh, seguramente con muchísimos otros que no
puedo enumerar ahora. Pero me desencaja releerme relacionándolo con los autores
nombrados más arriba: ¿Qué tienen en común el metálico y asfaltado Arlt con el
aventurero Stevenson? ¿El fraudulento y traidor Arlt con el fantástico y
selvático Quiroga? Me va a costar muchísimo (si es que alguna vez lo logro) relacionar
a este Roberto Arlt, africano, criador de gorilas, vendedor de especias, gastador
de turbantes, con el que tengo tan plasmado desde hace años, el Roberto Arlt de
Los siete locos, Los lanzallamas, El juguete
rabioso o El jorobadito. Y sin
embargo, cuando comencé a leer los cuentos de este libro tan extraño a mis
expectativas, todavía sujeto a mis prejuicios, intenté encontrar en los relatos
algo, cualquier cosa que me permitiera volver a traer a Arlt a donde pensaba
que pertenecía: salvarlo de violentos secuestros a las puertas de Fez, de confusas
hipnosis en manos de un brujo en Rabat, evitarle un paseo por la selva africana
para salvarlo de sucumbir ante la enfermedad del sueño, o disuadirlo de ir a
buscar hasta un lugar recóndito de la jungla la más hermosa y valiosa orquídea,
hacerlo ir por tierra, como dice en alguno de sus cuentos, hasta Casablanca y
de allí, tomar un barco a Buenos Aires; al intentar hacer eso con este libro
tan particular, decía, pude encontrar en la mayoría de los relatos cierto aire
borgeano. En parte por la fascinación ante la cultura islámica, por los nombres
ancestrales del profeta y del Dios, por los religiosos seguidores del sagrado
libro del Corán, respetuosos de Alá, los sabios de barba hasta el estómago, conocedores
de rituales milenarios. Eso me hizo acordar a Borges, por un lado. Por otro,
porque en casi todos los cuentos de este libro aparece un narrador que empieza
contando algo que le pasó alguna vez en la que se cruzó con una persona
interesantísima que le contó la historia que nos pasa a relatar. Y en este
libro eso se exacerba hasta tal punto que uno de los últimos cuentos narra
una historia dentro de la cual el personaje se encuentra a otro que le cuenta
algo que le pasó siendo muy joven, cuando se encontró con una tercera persona, esta vez una
mujer, que le contó su historia. Así, hubo una historia dentro de una historia
dentro de una historia dentro de este peculiar libro de Roberto Arlt. Esa estructura
de un relato dentro de otro, un relato oral dentro de un cuento escrito, es muy
caracterísitica de Borges y, no cabe duda, de muchísimos otros escritores. Pero
yo pensé en Borges, y en nadie más. Pensé en Borges porque precisaba devolver a Roberto Arlt a la ciudad, a Buenos Aires o Temperley, a
las conspiraciones, los robos, las traiciones, la moneda falsa y la mala
traducción de los clásicos rusos; volver a relacionarlo con esos nombres que están
en mi cabeza junto a él; los mismos que figuran en los libros que están junto a los
suyos en mi biblioteca.
Voy a leer el libro primero... después paso, leo tu reseña y vuelvo a comentar. Saludos!
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