Cuando Greta Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama, acostada boca abajo, sintiendo una ligera náusea. Y sí, es que el recuerdo de su fallecido hermano (o al menos eso suponemos) todavía la aquejaba por las noches y guardaba en su corazón una tribulación que no se animaba a revelar, ni a sus padres ni a sus amigas, y que no le permitía retomar como de costumbre su vida. Tampoco sabemos nosotros, pues no nos lo ha contado, qué era ese pensamiento que no la dejaba tranquila por las noches y, que durante el día se le olvidaba de a ratos para luego regresar con más fuerza, antes de irse a acostar. Una semana después de la muerte de Gregorio, el matrimonio Samsa y su hija Greta se mudaron a una casa mucho más chica, barata y cómoda que la que vivían, donde había pasado el horrible accidente. El señor y la señora Samsa aparentemente habían podido retomar sus vidas sin mayores complicaciones; aunque la deuda del señor Samsa aún no estaba saldada, con toda la familia trabajando intensamente, en menos de un año, dejarían de ser deudores y podrían incluso pensar en ahorrar un poco. Aparentemente el matrimonio no extrañaba para nada a Gregorio, e incluso se podía percibir, cuando hablaban de él (aunque ciertamente no lo hacían muy a menudo) cierto esbozo de odio o de horror en sus palabras.
¿Qué aquejaba a nuestra Greta? ¿Qué pensamiento, qué sentimiento era el que no le permitía practicar sus lecciones de violín, dormir tranquilamente por las noches o intentar socializar para conseguir un pretendiente joven y adinerado, como le aconsejaban diariamente sus padres? Ciertamente algo que ver con Gregorio tendría, ya que antes del horrible incidente dormía como un ángel y tocaba el violín que daba gusto. Pero ella no lo contaba; tal vez porque no podía ponerlo en palabras, tal vez porque no se animaba a hablar. Tal vez sabía algo que podría develar el misterio de lo ocurrido a su queridísimo hermano. Tal vez se sentía mal por haberse alejado de él cuando él más la necesitaba. O tal vez nada tenía que ver con su hermano, tal vez se sintiera mal por el excesivo acné en su cara, o por algún que otro kilo de más que podría llegar a tener. Lo cierto es que Greta no estaba tranquila y no podía conciliar el sueño por más de tres horas consecutivas. Por las noches soñaba; tenía pesadillas. Y esto lo sabemos no por haberla espiado mientras dormía, que admitir eso sería correr el inmenso riesgo de ser denunciado por acoso, tal vez encarcelado, tal vez obligado a permanecer lejos de nuestro personaje por una orden de restricción (no estamos muy familiarizados con las leyes austríacas o checoslovacas de principios de siglo) pero de cualquier forma, obligados a no poder terminar de contar este cuento, más por falta de fuentes que por imposibilidad física. Decía, esto lo sabemos no por haberla espiado mientras dormía, sino por ciertas herramientas que tenemos los narradores de relatos que no pueden ser expuestas públicamente, y menos en un relato como este, a riesgo de ser expulsados del gremio de narradores y perder nuestros beneficios provenientes del susodicho gremio. Por las noches tenía pesadillas, esto lo sabemos y punto. Y durante el día le costaba concentrarse, se pasaba horas pensando (en qué, no sabemos), mirando un punto fijo, a veces con los ojos cerrados, quizá imaginando algo, quizá durmiendo, ya que por las noches no podía descansar.