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Todo lo que hay en este blog es literatura. Puede ser interpretada como se quiera, por ende y todo lo que se diga al respecto será respetable y respetado. Es por eso que pido a los lectores y visitantes de este blog que comenten; lo que les parezca, "su opinión nos interesa".



Además me gustaría aclarar que toda la producción publicada en este blog no es mía propia, sino que en todo me ayudó, poco más o poco menos, pero siempre significativamente, Hernán Tenorio.



martes, 12 de julio de 2011

Doble Apellido

Cuando Andrés vio en el diario que había muerto Juan Doble Apellido, lo invadió una tristeza que no supo entender, que no supo nombrar, aunque a los efectos prácticos de este relato, me tomé la libertad de llamar tristeza [ya verán que esta indecidibilidad sigue aquejándonos unos renglones más abajo y que llamamos a esta sensación de más de una manera distinta.]. El nombre le sonaba conocido, pero al principio pensó que era sólo por ser aquél una figura de renombre tanto en el ámbito político como económico. Sin embargo, había algo más, algo que no podía recordar.
Juan Doble Apellido, Hijo de Juan Doble Lavalle y de María Apellido Montes, fue durante años director de la compañía Company and Co. Murió el miércoles 26 de mayo a las 3 de la mañana en un trágico accidente en la ruta 9, yendo de Buenos Aires a Córdoba. Se comprobó que estaba alcoholizado. Viajaba sólo y no hubo daños a terceros. Aparentemente, había estado en una cena y tenía que ir a Córdoba por negocios. Los allegados a él, sabían que prefería viajar de noche, para llegar más rápido; a pesar de las recomendaciones de aguardar y viajar al día siguiente, habiéndosele pasado el efecto del alcohol, Juan Doble Apellido decidió viajar igual. Su auto último modelo, volcó al morder la banquina de la ruta a una velocidad estimada de 180 km/h expulsando al conductor (que iba sin cinturón de seguridad) por el parabrisas alrededor de diez metros. El auto quedó destrozado y Doble Apellido quedó inconsciente a causa del fuerte golpe; se estima que murió unos momentos después por una fuerte contusión recibida en el cráneo. Si alguien hubiera presenciado el accidente y llamado una ambulancia, probablemente seguiría vivo.

A grandes rasgos, esos eran los datos que daba el diario. Pero la tristeza y un aire vagamente familiar en las circunstancias de la muerte de Doble Apellido [Ahí está de nuevo, otra nomenclatura para un mismo desconcierto] le decían a Andrés que había algo más; no sabía qué exactamente; probablemente un dato que el diario omitía y su inconsciente se esmeraba en sacar a la luz; tal vez algo insignificante. De todas formas, sentía que tenía que investigar. Es cierto que había cosas que no cerraban: ¿Por qué una persona tan importante y poseedora de inmensas sumas de dinero prefería viajar siete horas de noche y en auto para ir a Córdoba y no se tomaba un avión, con el que llegaría en hora y media? ¿Qué persona en su sano juicio decide viajar por la ruta a esa velocidad y en estado de ebriedad? ¿Cómo es que sus allegados sólo le “recomendaron” y no le impidieron viajar en ese estado?
En internet no había mucha información: solamente que era de una familia adinerada, descendiente directo de Juan Galo de Lavalle, héroe de la guerra de la independencia, por parte paterna  y nieto del notable escritor uruguayo Juan José Apellido, por parte de su madre. Su padre, terrateniente ganadero, había fallecido unos años atrás en su provincia natal, Jujuy, y su madre es el día de hoy que sigue viva en Villa María, Córdoba. Los negocios de Juan Doble Apellido oscilaban entre el engorde intensivo de bovinos y la dirección de su empresa Company and Co., que se dedica a los productos alimenticios (salchichas, fideos, hamburguesas, aceites, harinas, vinos, yerbas, golosinas,  cafés, e incluso fósforos). Pero de esta información, no había nada que resultara llamativo; nada que pareciera relacionado a ese extraño cosquilleo [Cuántos nombres] que Andrés sentía cada vez que releía la noticia del diario. Evidentemente atrás de todos esos negocios, algo turbio tenía que haber, pero no era eso lo que él buscaba; no intentaba, como en las películas cuando el personaje nota algo raro, hacer caer una banda mafiosa de delincuentes buscados alrededor del mundo. No. Lo que él intentaba era explicar su tristeza, su siniestra familiaridad [voy a dejar de remarcar cada vez que aparezcan las distintas caracterizaciones, pero sepan tener en cuenta que no fue fácil dar con estas palabras tan apropiadas para definir una sensación tan impropia en el sentido de  desapropiadora o inapropiable] con las circunstancias de la muerte de Juan Doble Apellido. El único dato interesante que obtuvo de su intensa búsqueda informática era que Doble Apellido sufría desde muy pequeño un pánico incontrolable a volar; eso explicaba por qué viajaba en auto.
A los tres días de la muerte del millonario, que apareció por todas partes y causó gran conmoción en los círculos más altos del país, llamó Tomás, hermano de Andrés,  por teléfono. Sonaba muy nervioso. Hacía casi cinco años que él estaba viviendo en Francia, y no se comunicaba muy seguido. Por eso su llamado desconcertó a nuestro ya desconcertado Andrés. A Tomás también le parecía que había algo raro en la muerte de Doble Apellido que no sabía explicar. Se contaron de sus respectivas investigaciones y ambos concluyeron que la cosa no venía por ahí; otra interesante conclusión fue que no tenían ni la más remota idea de por dónde venía la cosa. Hablaron un rato, sorprendidos de que ambos hubieran sentido lo mismo, se pusieron al día, Tomás contó de su nueva pareja, Andrés contó de su inminente mudanza  y tras diez minutos de afectiva charla, colgaron. Tampoco era que tuviesen mucho más que contarse.
Los días pasaron, Andrés intentó seguir con la investigación, pero como no era periodista, no era político, no era policía, no era nada relevante a los efectos de una investigación (¿quién vio que autorizaran alguna vez a alguien a alguna base de datos clasificada con una credencial de Ser Humano?
 –Hola, soy Andrés, soy Ser Humano y estoy investigando las circunstancias de la muerte de Juan Doble Apellido.
–Por favor, pase por aquí, Ser Humano Andrés, fíjese, aquí tiene todos los datos que pueden serle útiles.
–¿Y aquellas fichas que están allá?
–Disculpeme, Ser Humano, pero sólo tienen acceso a aquellas los Mamíferos.
–Fíjese usted qué casualidad. A su vez, yo soy Mamífero, ya que es condición suficiente ser Ser Humano para ser Mamífero.
–Mil disculpas, señor Andrés, lo hubiera dicho antes. Aquí están las fichas, sírvase usted sin problemas.), como no era nada de aquello, decía, no tenía de dónde seguir extrayendo fuentes y ya la duda de que por mucho más que fuera a investigar su sensación no se esclarecería, iba ocupando de a poco su mente. Además, tenía otras cosas en qué pensar, como su trabajo que, a pesar de, como dijimos recién no ser nada relevante a los efectos de una investigación, de cualquier modo precisaba de cierta concentración o, como mencionamos un poco más arriba, su inminente mudanza con todo el trabajo físico y psíquico que implicaba, como guardar en cajas libros, papeles viejos, sentimientos, copas, retratos y recuerdos. Y es poco probable, piensa Andrés, que durante su trabajo, o durante sus preparativos para la mudanza, encuentre algún dato que le ayude a resolver lo que ya puede ir llamándose misterio. Sin embargo, ya se sabe, el mundo es extraño y se comprueba esto cada día, como en el típico ejemplo de que las cosas que uno busca no sólo las encuentra, como dictan la lógica y el sentido común, en el último lugar en que busca, sino que ese lugar suele ser, a su vez, el lugar menos pensado. Y es así que, mientras Andrés guardaba sus papeles viejos en una caja, encontró una carta dirigida a su padre. Apenas la vio, la misma sensación, el mismo desconcierto sintió Andrés en sus intestinos, en su corazón, o en su cerebro. La leyó. Era una carta común,  muy afectiva, probablemente de un amigo de su padre. Las palabras le sonaron conocidas pero, sobre todas las cosas, hermosas. Pocas veces había disfrutado tanto leyendo una carta que trataba sobre cosas tan simples y conyugales. La carta estaba fechada el doce de junio de 1965. El papá de Andrés para esa fecha tendría unos treinta años, y el escritor de la carta, a juzgar por la letra muy prolija pero a su vez muy temblorosa, era probablemente ya un anciano. La carta estaba firmada por Juan. Leer ese nombre le trajo, por enésima vez en este relato, el sentimiento este que nunca supimos describir realmente. Nótese, si no lo notó aún el desatento lector, la cantidad de Juanes que aparecen en este relato. Puede ser, sí, para qué negarlo, porque Juan es un nombre fácil, que no hay que pensar mucho para que salga de la cabeza del escritor, es corto y fácil de escribir en el teclado, y también fácil de pronunciar y de leer. Agradezca el lector que no hay una innumerable cantidad de Estanislaos, de Montgomerys o de Johann Wolfgang von Goethes, cosa que sería, en mi opinión, un estorbo a la fluida lectura que se busca cuando se lee un cuento corto como es este. Retomando: muchos juanes en este relato. Para evitar la relectura, vamos a enumerarlos en este momento: primeramente, y más importante, el escritor del cuento que, si bien su nombre es Iván, no puede evitar recordar que es este el equivalente en ruso del nombre Juan. En segundo lugar, el multimillonario que falleció antes de que este relato comenzara, pero por el cual este relato comenzó, cuyo nombre, recordarán era Juan Doble Apellido. En tercer lugar, el ascendiente de Doble Apellido por parte del padre, figura por todos conocida, Juan Galo de Lavalle. En cuarto lugar, el ascendiente de Doble Apellido por parte de la madre, figura también muy conocida, aunque no creo que tanto como el Juan mencionado anteriormente, Juan Jose Apellido. Obviamente que en quinto lugar vendría el autor de esta carta, aunque es un quinto lugar un poco inestable, porque por lo que sabemos esta carta podría haber sido escrita por alguno de los cuatro Juanes ya mencionados, o por cualquier otro Juan no mencionado. De cualquier forma, si quisiéramos hacer cuentas, podríamos rechazar alguna de las alternativas: Sabemos que Iván no podría haber sido, porque muy pocas veces la ficción se mezcla con la realidad hasta tal punto; además contamos con su testimonio directo, que afirma que no fue él quien firmó la carta. Además ni siquiera estaba vivo en 1965, aunque, también lo sabemos, eso no sería problema. Por su parte, Juan Doble Apellido en 1965 tendría alrededor de diez años. A pesar de que es poco probable que un jovencito de diez años haya escrito tan formidable carta, ninguna regla de la lógica dicta que eso es imposible, así que ya tenemos un candidato. Sabemos que Juan Galo de Lavalle no podría haber sido, puesto que falleció en 1841, más de cien años antes de la fecha que figura en la carta. Juan José Apellido, por su parte, en 1965 tenía setenta y dos años, y es el más apto para haber escrito esta carta, ya que concuerda con los datos antes mencionados: un afamado escritor podría escribir sin problemas una carta con hermosas palabras; a los setenta y dos años ya el pulso empieza a temblar, pero la caligrafía perfecta que se pretendía en los años en los que el escritor cursó sus estudios, sigue estando intacta. Por último, el quinto Juan fue evidentemente el autor de la carta, pero saber esto no nos clarifica nada ya que no sabemos quién es este quinto Juan. Por ahora sabemos que hay dos posibilidades: una menos probable: Juan Doble Apellido, y otra más probable: Juan José Apellido. Sin embargo, también sabemos que podría haber sido cualquier otro Juan, así que, parafraseando a Sócrates, deformándolo un poco tal vez, podríamos decir que sólo sabemos que no sabemos mucho.
Y Andrés sabía menos que nosotros, o quizás más. Releyó la carta y recordó a su padre, fallecido hace casi quince años a la prematura edad de sesenta y tres años. Recordó sus bigotes, su pelo canoso, sus consejos, sus historias. Entre todas estas cosas que recordó Andrés, cabe recalcar esta última, o estas últimas: sus historias. Hermenegildo[1], como todo buen padre, solía contarles historias de todo tipo a sus hijos. Muchas de ellas, ficcionales, pero muchas otras, verdaderas. Así fue que, cuando sus hijos fueron adolescentes y desarrollaron un amplio gusto por la cultura en general y por la literatura en particular, Hermenegildo no dudó en contarles a sus hijos sobre sus incursiones en el campo de la literatura. Andrés recordó una tarde, tomando mate con su padre, las palabras textuales de éste: “Fue en ese momento cuando conocí a personas de renombre en el campo de la literatura; me reuní una tarde con Cortázar, en Suiza; en ese momento los dos trabajábamos para la ONU. Cuando estuve de viaje en Uruguay, por el ‘60 tuve el honor de conocer a Juan Carlos Onetti y a Juan José Apellido, dos figuras inmensas de la literatura uruguaya; sin embargo, Apellido fue más amable y pude entablar una mejor relación con él que con Onetti, de carácter amargo y taciturno…”. Ahora, queridos lectores, y gracias a la perfecta memoria de Andrés, sabemos mucho más. No sólo se suma un Juan más a nuestra no corta lista de Juanes, sino que además sabemos que alrededor del año 60, el padre de Andrés entabló una relación con Juan José Apellido, el abuelo del fallecido Juan Doble Apellido. Pareciera que los cabos se van atando. Sin embargo, todavía no se explica por qué, cada vez que los dos hijos de Hermenegildo Pérez (que sí, tendrá un nombre difícil, pero en compensación, tiene un apellido muy fácil), Andrés y Tomás Pérez sintieron la misma sensación inefable al leer sobre la muerte del nieto del amigo de su padre, ni por qué Andrés sintió exactamente la misma sensación cuando leyó la carta que ya podríamos afirmar que le escribió Juan José Apellido a Hermenegildo Pérez.
Decíamos que Andrés sabía menos que nosotros, pero descubrimos finalmente que sabía más, sólo que no lo recordaba. Así que muy probablemente esa sensación sí fuera un recuerdo olvidado, pero grabado para siempre en su inconsciente, que, tras la muerte de Juan Doble Apellido, quiere, intenta por todos los medios, salir a la luz. Lo mismo sabemos de Tomás, aunque haya aparecido mucho menos en este relato que ya se está alargando demasiado. Por esta razón y porque ni yo, el narrador, ni el autor de este relato tenemos toda la vida para averiguar cuál fue la causa de este extraño malestar y, la verdad, ya nuestra curiosidad no es tanta como al principio del relato, decidimos satisfacernos y parar en este punto al que llegamos, que no hicimos corto recorrido, a pesar de no haber llegado al final del insondable laberinto que tiende a ser la mente humana, sobre todo cuando del inconsciente se trata.


[1] Ya que tanto lo solicitaba la audiencia, finalmente apareció un nombre difícil. Aunque cabe aclarar que no es cuestión del autor, o sea, mía, ya que algunas veces esto se nos escapa incluso a los escritores talentosos; además, y a mi favor, puedo decir que el padre de Andrés y Tomás había nacido en 1935, muchos años antes de que yo naciera, así que evidentemente acabo de probar que no tuve nada que ver en la elección de su nombre. Nota del Autor.

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