La ciencia médica hace prodigios en los laboratorios, las clínicas y los hospitales y se acerca el día en que encontrará la cura, las pastillas, las vacunas para cualquier problema médico. Probablemente al nacer (cosa que no ocurrirá más en un hospital, sino cómodamente en el sillón de alguna confortable sala de estar) el nuevo individuo sea plagado se inyecciones y diversos medicamentos, anticuerpos, que prevendrán posibles enfermedades futuras. Evidentemente la industria farmacéutica se verá privilegiada por este sistema, pero el ramo médico-hospitalario se verá incalculablemente perjudicado: nadie tendrá que acudir a un médico clínico ni a la guardia de un hospital más que por accidentes graves; nadie precisará consultar más a un oftalmólogo, a un pediatra, a un ginecólogo, a un cardiólogo. Todo estará curado de antemano. Pero todos sabemos las poderosas personas que están detrás de las instituciones hospitalarias, tanto públicas como privadas, incluso de las universidades (imposible no prever un aluvión migratorio de las facultades de medicina hacia las de farmacia y bioquímica), y sabemos que no se quedarán con los brazos cruzados, tranquilos, contentos, mirando un atardecer su casa junto al mar o en el campo mientras sus negocios de toda la vida desaparecen, se convierten en ruinas y sus bolsillos se vacían rápidamente sin volverse a llenar a fin de mes. No, señor. Sabemos que no se rendirán sin dar lucha. Pondrán todo su ingenio al servicio del mal que históricamente trataron de combatir: idearán y producirán nuevas enfermedades, terribles, dolorosas, pero no mortales y que no puedan ser prevenidas ni curadas por los medicamentos existentes; y los laboratorios aprovecharán para desarrollar nuevas pastillas, nuevas vacunas, nuevos jarabes, nuevos supositorios y así ampliar su mercado.
Pero se pide que el lector no sea ingenuo. Esta batalla no es una batalla a muerte ni mucho menos. Es una guerra, sí, pero en la que nadie saldrá perjudicado y todos saldrán ganando: los hospitales, los laboratorios, los médicos y los pacientes. Sobre todo los pacientes que pasarán de tener una vida sana y rutinaria, aburrida, a verse obligados a romper con la rutina, con ese tremendo hábito de renunciar a pensar, para ir un jueves por medio a la consulta de algún médico por un fuerte dolor aquí o allá.
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