No acostumbraba hacer eso. Tenía el tiempo que durara un cigarrillo. Lo había pedido y, extrañamente, se lo habían dado.
-Bueno. Andá. Fumate un pucho y volvé. -
Salió al patio y en seguida, por un instinto de supervivencia que no conocía, raspó un fósforo e inmediatamente prendió el cigarrillo. Chupaba despacio y suavemente para que su tiempo durara más. No sabía por qué le habían dado ese tiempo. No sabía por qué era tan restringido. Lo único que sabía era que no quería volver adentro. Si pudiera, se quedaría en el patio por el resto de su vida. Pero tenía el tiempo que durara un cigarrillo, que es un poco menos que el resto de su vida.
-No quiero salir y ver que ya se te acabó y que no entraste. O que ni lo prendiste. Andá, fumate un cigarrillo y volvé. No jodas conmigo.-
No acostumbraba hacer esto. Regularmente no le daban tiempo libre ni para dormir. Tenía que dormir mientras trabajaba, aunque eso le trajera problemas con los clientes y, por eso mismo, con el patrón. Pero hoy había sido sensible, el patrón, y le había dado un rato libre para fumar un pucho. O mejor dicho, le había dado un rato libre de la duración de un pucho, según como se lo quiera ver. Ella lo veía así.
No acostumbraba hacer esto. Tener tiempo libre. Fumar sí, cuando algún cliente no tan antipático le invitaba un cigarrillo, y estaba dispuesto a pagar el tiempo de la duración de un cigarrillo. Obviamente, eso pasaba seguido, pero no era tiempo libre. En esos casos ella igual estaba trabajando. Tenía que disimular que era feliz, atractiva, seductora, saludable, y que los cigarrillos y las palabras del cliente eran lo mejor que le había pasado en la vida. Lo mejor que le había pasado en la vida, le pasaba entre diez y quince veces por día.
Lo que nunca acostumbraba hacer era eso, nuevo para ella, de tener tiempo libre. Era una liberación que no podía disfrutar del todo porque no la entendía. Chupaba de a poco. Tan de a poco que tenía miedo de que el patrón se enfureciera por el chantaje y la hiciera trabajar el doble. Podía imaginar sus palabras: “Vos te tomaste el doble de tiempo, ahora vas a compensar. Te dije que no jodieras conmigo.” Soltaba el humo delicadamente, como hacía cuando trabajaba para no parecer grotesca. Mientras lo veía escaparse para arriba y pensaba que le gustaría ser el humo de ese cigarrillo, miraba el lugar en el que estaba: una puerta de chapa azul, abierta, a su izquierda; atrás suyo, una pared en la que se apoyaba; a su derecha una mesa de piedra; un poco más allá de la mesa, la otra pared, alta, de donde colgaban macetas con plantas, algunas secas, otras muy descuidadas; adelante suyo, a unos cuatro metros, una pared con una ventana tapiada. A su izquierda, una puerta azul, de chapa, por donde tendría que volver a trabajar cuando se le acabara el cigarrillo. La voz del patrón todavía retumbaba en su cabeza:
-Andá. Fumate un pucho y volvé.- Ella hacía lo posible porque el humo del cigarrillo no entrara por esa puerta, o por la lejana ventana tapiada pensando que, quién sabe, en una de esas ella se volvería ese humo, ese que está subiendo, alejándose de ella, y podría salir flotando de esa casa, impulsada por su propio aliento. ¿Quién sabe? A lo mejor incluso ella, vuelta humo, sintiera pena por esa miserable muchacha que está ahí, fumando apoyada contra una pared, deseando que ese pucho le durara el resto de su vida.
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