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Además me gustaría aclarar que toda la producción publicada en este blog no es mía propia, sino que en todo me ayudó, poco más o poco menos, pero siempre significativamente, Hernán Tenorio.



domingo, 7 de diciembre de 2014

El hombre que llegó a un pueblo. Héctor Tizón

El hombre que llegó a un pueblo es una novela breve de Héctor Tizón, publicada por primera vez en 1988. En el prólogo de 2004, el propio Tizón resume la trama de la novela: “El relato, como se verá, trata de un vagabundo, una especie de mesías canalla que en su huida llega a un pueblo perdido e ignoto. (…) En el desierto, donde todo es vislumbrado desde lejos, es imposible ocultarse. Le queda entonces encerrarse en un pueblo, pero para ello debe aceptar el papel que los demás quieran atribuirle”. El vagabundo, el hombre que llegó a un pueblo, cuyo nombre nunca se nos cuenta, es un mesías canalla. Su única habilidad es la de la palabra. Es un gran orador, un embustero, un mentiroso; es, sobre todo, un poeta: “él tenía ese don reconocido, esa facilidad para acertar con las palabras, o para poner una junto a la otra sin más sentido que el de su música secreta. De haber vivido en el sur quizás hubiera llegado a gobernante o a ingeniero, pero aquí no, porque en estas tierras las palabras sólo sirven para cantar y sólo se canta lo que está perdido.”. Se nos cuenta la historia de una persona que huye, con un libro y unas zapatillas en la alforja; que tiene un don, una facilidad para poner una junto a otra las palabras sin más sentido que el de su música secreta, con la única finalidad del canto, del sonido, y no la del sentido.
          Este hombre mentía, cantaba “tan sólo porque la mentira era más rica que la mera verdad y resultaba más fácil y creíble.”. Preso en un mundo en el que cada vez importaba menos el sentido, en el que las palabras cada vez tenían menos utilidad, la única posibilidad terminó por ser el silencio. Por eso, hacia el final se nos cuenta que el hombre “ocupaba su tiempo (…) en la poesía. No en escribirla sino en componer versos mentalmente.”. No escribía, componía versos y no los cantaba. Callaba. “El hombre flaco envejeció como todos y jamás volvió a dirigir la palabra en forma directa a ninguno (…). Al cabo de los años ya casi nadie sabía cómo ni cuándo el hombre había llegado al pueblo”. El poeta, el orador que, al llegar al pueblo no pudo convencer a la gente de que él no era el cura que hacía años estaban esperando; que no pudo convencerlos de negar el desarrollo económico que presuponía trabajar en la construcción del camino y del puente que unirían al pueblo con el resto del mundo a costa de sacrificar tantas otras cosas, terminó aceptando el papel que le atribuyeron, se terminó convirtiendo en otro, aunque la diferencia no fuera tal ya que en realidad, como dice él mismo en un determinado momento, “todo es igual, pero son distintas las palabras que lo cuentan.”.

1 comentario:

  1. Iván, muy buena reseña. Me gustó mucho la apreciación sobre la ficción que hacés: "Este hombre mentía, cantaba 'tan sólo porque la mentira era más rica que la mera verdad y resultaba más fácil y creíble'.". Muy de Tizón, por cierto. Interesante lectura. Abrazo!!!

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