Cuando la gente me ve, me reconoce y es simultáneo a ese reconocerme que ya me empiecen a felicitar y a congratular indefinidamente. El disimulo o la modestia no sirven de nada y siempre (lo que se dice siempre) se dan cuenta. Se dan cuenta apenas me ven quién soy y qué hago; o por lo menos quién soy y qué puedo hacer.
Pero nada sirve de nada. Imposible que me comprendan, imposible que, al intentarlo, no me acusen de falsa modestia. Incluso algunos me llaman egoísta: “cómo puede ser que alguien que puede hacer lo que vos no lo comparta con el mundo.” Pero no entienden que no es tan fácil. No es tan barato. Todo tiene sus ventajas y sus desventajas. Pero no. Nada sirve de nada.
−Era chiquito cuando me di cuenta, y ya desde entonces fue horrible. Sí, horrible, créame. Terriblemente doloroso. No; no es una bendición divina, señor. Es ira, venganza divina. No, no es falsa modestia, tampoco egoísmo. Por favor, créame. Le digo que si todo mi cuerpo pudiera… pero no es así. Le decía, que era chiquito cuando me di cuenta: estaba corriendo por las escaleras y en una de esas me tropecé y no me caí. Pero sentí un terrible dolor en un lugar donde hasta entonces no había sentido nada: en las pelotas. Pensé que me habría golpeado, pero no: estaba flotando, volando. Le digo señor, volar no es un don, es una maldición divina. O al menos volar como yo lo hago. Cada vez que decido volar, al igual que usted cuando decide caminar mueve un pie y después el otro, bueno, cuando yo decido volar, vuelo: de a poco y por partes mis miembros van liberándose de la presión gravitatoria y mi mente se vuelve dueña de todos mis movimientos. Pero le digo, señor, que no todo mi cuerpo vuela. De a poco, y por partes, le decía, mis miembros se liberan de la opresión gravitatoria: mis hombros, primero, mi cuello y mis brazos, mi torso y mis piernas. Casi todo mi cuerpo está libre ya de la presión que nos ata a la tierra, pero todavía parece que estoy apoyado en el piso. Lo único que siento yo es un cosquilleo ahí abajo que es hasta simpático. Pero cuando decido hacer uso efectivo de mi habilidad para volar: ¡EL DOLOR! Todo mi cuerpo se separa del suelo, todo menos mis pelotas, señor. Cuando de a poco toda mi estructura corporal se aleja del suelo, mis bolas no se mueven del lugar en el que están. Y todo el resto del cuerpo sí ¿me entiende? Y no se imagina lo que se siente. Es un dolor horrible, señor. Créame. Volar, al menos como yo vuelo, no es un don. Es una maldición. Me alegra que me escuche y me comprenda, señor. ¿Cómo dice? Pero… Sí, en realidad… Sí, señor, le puedo mostrar por última vez cómo es volar pero no preste atención si grito como un condenado o si, a medida que levanto mi cuerpo del suelo, cae de mis ojos alguna que otra lágrima.
che, hice algunos retoques,
ResponderEliminarla verdad,
me encanta cómo quedó!
me voy a seguir con Australopithecus Afarensis (?)
Te amo mi Homo Sapiens predilecto (L)