−Tiene un balazo en el pecho, y eso usted no
lo puede negar.
−Si esa fuera mi intención, yo podría desplegarle
toda una serie de argumentos muy ciertos que lo convencerían de que no es así,
pero hoy estoy de mal humor para refutarlo, así que digamos que tiene,
innegablemente, un balazo en el pecho.− Encendió un cigarrillo, puso una mueca
de asco y lo tiró al piso. Antes de llegar a pisarlo, Ramos lo levantó y se lo
llevó a los labios.
− ¡Sacrílego! ¡Con lo caro que están los
puchos! – Chupó profundamente, puso cara de placer y exhaló el humo. −Un balazo
en el pecho y magulladuras en la cara y en los brazos: claros indicios de
pelea.
− Podría plantearle miles, no infinitas por
la simple razón de que nuestra vida es finita, situaciones en las cuales las
magulladuras en la cara y en los brazos no fuesen producto de una pelea, lo
cual vendría a demostrar la falacia de su deducción, pero no estoy de humor;
admitamos que peleó con su atacante antes de que éste se decidiera a sacar el
arma con la cual disparó.
−Por lo que indican los rastros de sangre,
uno podría llegar a pensar que la víctima no murió inmediatamente, sino que
intentó conseguir ayuda luego de que su atacante escapara.
−Me gustó el inicio de su frase, poniendo en
duda el carácter inapelable de sus elucubraciones, pero ya tenía que cagar la
fruta con toda la paparruchada que se mandó después: ¿qué características
intrínsecas a la mancha de sangre le hacen pensar que el desplazamiento del
finado fueron para conseguir ayuda y no, por ejemplo, un vaso de agua (como el
que está aquí, en este momento, muy al alcance de la inerte mano del cadáver) o
para agarrar el control remoto (que, salvo que usted lo haya cambiado de lugar,
también está sobre la misma mesa en la que se encuentra el vaso con agua y
también a una distancia accesible si el doliente hubiese querido o podido
estirar el brazo)? Por lo demás, tampoco hay nada que denote que el atacante
haya escapado antes de que el baleado decidiera moverse. Bien podría haber
ocurrido que ambos, víctima y victimario, asesino y asesinado, luego del
balazo, hubieran sentido deseos de ver el partido de Lanús, o Two and a half men, y sobre eso, la
mancha de sangre no se pronuncia: ni nos dice que sea falso ni que sea cierto.
Pero admitamos su hipótesis, ya que mi mal humor junto con mis esfuerzos por
demostrarle su ineptitud ya me están causando un fuerte dolor de cabeza. – El
detective Penelas se tomó la frente con gesto de dolor e impaciencia. Buscó en
el bolsillo de su sobretodo una aspirina, pero sólo encontró su pistola.
−En lo concerniente al motivo, luego de un
paneo inicial descartamos la idea de un robo, ya que no faltan ni plata ni
joyas. El más que relevante dato de que el finado perteneciera a la Policía
Federal nos hace pensar con más énfasis en la idea de una venganza, o un ajuste
de cuentas. Probablemente de algún criminal recientemente liberado que fue a
prisión por culpa suya, o de algún grupo mafioso cuyo jefe hubiera sido
encarcelado por él.
−Estoy verdaderamente harto. No sé si es el
dolor de cabeza lo que me hace más susceptible a sus estupideces o son sus
estupideces las que me hacen más susceptible al dolor de cabeza, pero esta vez,
y sin pensarlo demasiado, le voy a sugerir una hipótesis para nada descabellada
que pone en cuestión todos sus razonamientos: se sabe que el sargento Federico
Ariel Alonso murió ayer a las 20:37 horas en su domicilio, en este mismo departamento.
Eso es lo que se sabe hasta ahora. Todo el resto son hipótesis consistentes con
los hechos, pero que, al igual que la hipótesis que le voy a sugerir en
seguida, no se deducen lógicamente de éstos. Supongamos que el sargento estaba
ayer en su casa, que se sirvió un vaso de agua y se sentó en ese sillón, el que
está frente al televisor, dispuesto a descansar después de un largo día de
trabajo. Supongamos, también, que cuando estaba a punto de encender el aparato
de televisión, sonó el timbre de su casa, y que era un compañero de trabajo,
imaginemos que era un superior suyo, un comisario, o un detective. No es
inverosímil que hayan hablado sobre algún caso que estuvieran investigando,
pero tampoco lo es que hubieran tenido una discusión sobre si ver el partido de
Lanús o Two and a half men cuyos
horarios, ayer, coincidían: ambos empezaban a las 20:30. Se sabe que el
capítulo de la famosa serie estadounidense era un estreno, y un capítulo
esencial según mostraban los adelantos en la propaganda; pero también se sabe
que el partido de Lanús era indispensable, ya que el equipo venía jugando muy bien,
y era un partido por la copa Libertadores; si Lanús perdía, quedaba fuera de la
copa. ¿Hasta acá me sigue, Ramos?
−Sí, lo sigo. No entiendo bien el motivo de
su historia, pero conociéndolo, asumo que tendrá alguna moraleja o alguna
lección, así que por favor continúe.
−Otro razonamiento falaz: no hay nada en lo
que yo dije de lo que se desprenda que habrá alguna moraleja o lección. Voy a
seguir porque ya me entusiasmé, pero si por mí fuera, los mandaría a usted y al
asesinato a la puta que los parió y me iría a mi casa a ver Dr. House, que ya debe estar por
empezar; y encima el dolor de cabeza… ¡Ay!
− ¿Dr.
House? ¡Pero si hoy juega River, Penelas!
−River me chupa dos docenas de huevos, Ramos. Déjeme seguir.
Ambas propuestas televisivas eran interesantes, pero dado que sólo hay un
televisor en esta casa, asesino y asesinado pelearon a muerte por la obtención
del control remoto, y por lo tanto, del poder de decisión sobre lo que se
vería. De ahí vienen las magulladuras (no es inconsistente pensar que el
asesino también tendrá signos de lucha en su cuerpo). Sin embargo, ambos son
policías, y se sabe que los policías portan armas, aún cuando están fuera de
servicio.
−¿No tiene calor con ese sobretodo? ¡Hacen
como treinta grados! Y vaya terminando la historia, que está por empezar el
partido. Si no voy a tener que poner el partido y verlo acá mismo.
−Sí, la verdad que sí hace calor. –Penelas se
sacó el sobretodo, dejando ver en sus brazos que la remera de mangas cortas no
alcanzaba a tapar, fuertes magulladuras y arañazos aún no cicatrizados. –De
cualquier forma, si fuéramos a ver algo en este departamento deprimente, no
sería a los muertos de River, sino que al excelentísimo Dr. House. ¿Puedo seguir? ¡Ay, mi cabeza!
−Continúe, por favor.
−Decía que habría rastros de la pelea en los
brazos del asesino, quien seguramente se llevó la peor parte porque muy
probablemente por su dolor de cabeza, o por ser mucho mayor que el fallecido, finalmente
tuvo que desistir del combate manual en el que seguro iría perdiendo y hacerse
de su pistola, que podría haber estado al alcance de la mano, digamos en el
bolsillo del sobretodo, para pegarle, certero y con infalible puntería, un
balazo en el pecho. –Antes de que Penelas terminara su discurso, Ramos ya había
encendido la tele y había puesto el partido de River que, a los cinco minutos
del primer tiempo ya iba ganando uno a cero. − ¿Qué hace, Ramos, mirando a
estos muertos? Por favor, ponga Dr.
House.
−No. Se lo ruego, Penelas. Veamos esto, mire,
ya van uno a cero, va a ser un partidazo.
−No se lo voy a repetir. Deme el control, no
sea tarado. –Penelas se abalanzó sobre Ramos quien no tenía intenciones de
soltar el control remoto, por lo que comenzaron a pelear violentamente.
Alejándose, sintiéndose vencido,
Penelas dijo: −Ya estoy grande para estos jueguitos de manos.− Sacó la pistola
del bolsillo del sobretodo que había apoyado al alcance de sus lastimados brazos y le apuntó al pecho de Ramos.
−¡Entonces fue usted! ¡Usted mató a Alonso!
−¡Jaja! ¿Se la creyó, Ramos? ¿Se creyó toda
la historia? – Se río Penelas, guardando el arma de nuevo en el bolsillo del
sobretodo, con una sonrisa soberbia en la boca. – No tengo la más puta idea de
quién mató a este gil. ¿Pero usted se da cuenta de lo estúpido que es? Era
joda, Ramos. ¿Cómo no voy a querer ver a River? Venga, siéntese, corra un
poquitito el cadáver. ¿Quiere un cigarrillo?
¡Muy bueno!!! Pensé que Penelas le iba a pegar un tiro en la cabeza a Ramos...
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