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Todo lo que hay en este blog es literatura. Puede ser interpretada como se quiera, por ende y todo lo que se diga al respecto será respetable y respetado. Es por eso que pido a los lectores y visitantes de este blog que comenten; lo que les parezca, "su opinión nos interesa".



Además me gustaría aclarar que toda la producción publicada en este blog no es mía propia, sino que en todo me ayudó, poco más o poco menos, pero siempre significativamente, Hernán Tenorio.



jueves, 1 de marzo de 2012

La expulsión de Morel


Yo soy un gran patiador de penales. No es por soberbia, pero cuando uno hace las cosas bien, hay que reconocerlo, y yo reconozco que soy un gran patiador de penales.  También hay que ser humilde y admitir cuando otro es mejor que uno y yo sin dudas afirmo que mejor que Adolfo Morel, no hay ninguno. En toda su vida, nunca erró un penal. Siempre que patió, convirtió. Si no me querés creer, está todo bien. Hacé lo que quieras, pero yo te juro que es así: el pibe Morel nunca en su vida erró un penal. Nunca. Morel era el enganche de Sportivo Las Parejas, el club en el que yo jugaba de nueve.  Éramos muy amigos. ¡La cantidad de goles que me habrá hecho meter ese pibe! Y sí, yo le digo pibe porque él llegó a Las Parejas cuando yo tenía 28; él apenas tenía 17. Antes de él estuvo el peluca Sanso, que era un buen diez también, pero nunca nos llevamos bien bien. Claro, en la cancha ni se notaba, o al menos intentábamos que no se note, pero nunca fuimos muy amigos. Con Morel era distinto, y en los 3 años que jugamos juntos tuvimos una relación de oro. El pibe Morel era un pibe de oro.
                Cuando llegó al club, la cosa fue medio tensa. Imaginate que yo era la estrella, el goleador del equipo, y para colmo ya muy cerca de retirarme. Y de golpe y porrazo traen a un pendejo que se la da de crack, que dice que nunca en su vida le atajaron un penal. ¡Andá a lavarte el orto! ¿Sabés la cantidad de sopa que te hace falta, nene? Eso pensamos todos al principio, pero ¿podés creer que tenía razón? Ya en el primer entrenamiento se notó que el pibe tenía algo distinto, algo especial. Practicando los tiros libres, el nene la tiraba con un efecto, y siempre la ponía donde quería. Y los penales ni te cuento. Siempre la metía adentro. Era increíble. Incluso, cuando ya entró un poco en confianza, cosa que no le tomó mucho tiempo porque nosotros somos un club chiquito, y aunque te digo que al principio le tomamos medio bronca, en seguida nos dimos cuenta de que era buena persona y que era un jugadorazo que le iba a hacer muy bien a la institución y al equipo, que venía medio golpeado desde que se había retirado el peluca; decía, entonces, que cuando ya entró un poco en confianza le decía a Rial, nuestro arquero titular (que no era ningún boludo, eh) dónde iba a patiar, cómo, con cuánta fuerza, y por más que Rial se tirara a ese lugar, la pelota entraba. Y no es que le pegara fuerte, eh. No se entendía cómo, pero la pelota entraba, siempre, entre los tres palos del arco. Algo tenía el pibe ese. Y no solamente para patiar penales. Era de verdad un crack. Un jugadorazo. Y hablo en pasado porque al pibe lo vendieron hace un año. Ahora está jugando en primera división, en All Boys. Cuando lo compraron, All Boys estaba en la B, pero llegó el pibe Morel y gracias a él, el club ascendió al toque.  Solamente por él, que era un crack, y que fue muy amigo mío cuando jugamos juntos. Todavía lo veo, cuando viene por acá. Comemos un asado, tomamos unas birras, pero claro que ya no es lo mismo. Ahora que está en primera tiene que cuidarse con las comidas, no puede chupar mucho, ni fumar más de 3 puchos por día. Pero igual charlamos bocha, y no sólo de fútbol. Una maza el pibe Morel, una maza.

Era de esos jugadores que no se equivocan nunca; siempre te daba la pelota en el momento justo, en el lugar justo, y después todo dependía de vos si era gol o no. Pero él nunca se equivocaba. Y si veía que estabas muy marcado y no te la podía pasar, esperaba, amagaba, cuidaba la pelota hasta poder dártela para que hagas el gol, o patiar él, si le parecía bien. Ojo que no era ningún comilón; si él creía que lo mejor era patiar, y no pasarla, patiaba, y la mayoría de las veces era gol; si creía que lo mejor era pasártela, te la pasaba, y bueno, ahí ya dependía de vos. La única vez que lo quise matar, pero la única, eh, fue en el partido contra 9 de Julio.
Era un partido importantísimo, y no sólo porque fuera un rival duro, que también peleaba el primer puesto en la liga, sino más bien por Pascual Orozco, no sé si alguna vez oiste hablar de él. Era el arquero del Pulgón. Ya nadie se acuerda de él porque un mes después de este partido tuvo un accidente con el coche y nunca más pudo jugar, pero era un arquero muy prometedor. Imaginate que en los 27 partidos que había jugado en el Pulgón, le habían metido dos goles nomás. Dos goles, ¿podés creer? Ese Orozco hubiera llegado a la selección. Seguro hubiera sido compañero de Morel, que todavía no lo convocaron pero ya lo van a llamar y ahí va a estar jugando con Messi, con Agüero, con Higuaín… Pero ahora Orozco está postrado en una silla de ruedas; es una lástima haber perdido un arquerazo como él, y tan joven. ¿Qué se le va a hacer? Pero en ese momento Orozco estaba jugando en 9 de Julio, o el Pulgón, que nunca entendí por qué le dicen así, pero bueno, a nosotros nos dicen Sportivo las Parejas, y en realidad nos llamamos Sportivo Atlético Club, nomás.  Decía, entonces, que Orozco, el cordobés, atajaba para el pulgón y era una máquina. Dos goles en 27 partidos. También se decía que en toda su carrera, le habían metido un solo gol de penal. Era algo imposible. Patiáranle donde le patiaran, el tipo se revolcaba y la atajaba. Y dicen que el único penal que le habían metido fue cuando él tenía 16 años, y ya atajaba en las inferiores del Pulgón. Era el 2010, y se ve que el rumor de que había un pibito al que nadie podía meterle un gol, ni siquiera de penal, había llegado a Capital. Y fue el mismísimo Diego Armando Maradona el que viajó hasta Arequito a ver al pibe. Cuenta la leyenda que le dijo al oído: “Si me atajás el penal, hoy mismo te llevo a la selección”. Estaba todo el pueblo en la cancha. El diez acomodó la pelota, miró fijo a la cara de Orozco y patió, bien a la derecha, bien contra el palo. Dicen que casi se la ataja, que se le escapó de las manos por el efecto que llevaba la pelota, pero que se tiró para ese lado y todo. Sin saludar, el Diego se fue de la cancha.
Todos estábamos impacientes por el partido. Hasta Marcos, nuestro técnico, estaba emocionado por el duelo de titanes que podríamos llegar a presenciar. Pero nos advirtió, bien clarito, que no seamos boludos y no simulemos un penal si no era una falta en serio, porque medio equipo estaba al borde de la fecha de sanción por acumulación de tarjetas amarillas. Además, teníamos que aprovechar todas las oportunidades de convertir que tuviéramos, porque si ganábamos, quedábamos punteros, a 3 del Pulgón. En cambio, si perdíamos, ellos nos acaban 3 de ventaja y ahí sí que no los paraba nadie; con el arquero ese que tenían se iban derechito y parejo hasta el título. Igual teníamos casi todas las de ganar: éramos locales, teníamos mucho mejor equipo y a los dos goleadores del campeonato: Morel y yo. Ellos, por otro lado, tenían la valla menos batida, es cierto, pero tampoco habían tenido tantas victorias. Habían empatado la mayoría de los partidos en cero, porque así como nadie le podía hacer un gol a Orozco, así también sus delanteros eran imbatibles, pero de lo malos que eran. Imaginate que después del accidente de Orozco, el equipo perdió siete partidos seguidos y quedaron décimos en la tabla al final del campeonato.
El partido arrancó a las 3 de la tarde. A pesar del sol sofocante, la cancha estaba llena. Nosotros manejábamos la pelota y a los quince del primer tiempo, tuvimos la mejor oportunidad del partido: Morel me dio un pase increíble, entre las piernas de los dos centrales del Pulgón y yo patié con furia al ángulo. No exagero si te digo que si enfrente hubiera estado el mismísimo pato Abbondanzieri, la patada esa hubiera sido gol seguro. Golazo. No sé si vos lo llegaste a ver el partido, pero Orozco estaba medio desequilibrado,  seguro porque pensó que Morel iba a patiar al arco y tenía el cuerpo inclinado para el otro lado, medio agazapado; pero lo mismo pegó un salto, voló con una velocidad de no creer y atajó el remate. La agarró. No dio ni rebote el hijo de puta. Después tuvimos muchas más oportunidades. Los cagamos a pelotazos, pero esa que te cuento fue la más clara. Ellos recién tuvieron su primer patada al arco a los cuarenticinco minutos, justo antes del entretiempo, pero Rial la atajó sin problema.
En el segundo tiempo, un poco frustrado ya de tanto patear al arco de todos lados sin poder meter un puto gol, aproveché que tenía cerca un defensor de ellos, creo que era Alonso, o Gutiérrez, ya ni me acuerdo, e inventé un codazo en el área. Me tiré convincentemente, agarrándome con fuerza la nariz. Pero el juez no entró, me puso la amarilla a mí y cobró el tiro libre defensivo para ellos. Me hice el re boludo cuando escuché a Marcos putiándome por no haber intentado patiar al arco. Para no mirarlo, para no mirar al banco de suplentes, me quedé de frente a Orozco, que tenía una sonrisa burlona en la cara. Y de golpe lo veo sacando la lengua. Cosa de pendejos, qué sé yo, Orozco con dieciocho años, sacándole la lengua al pibe Morel, que ahí andaría por los dieciocho también. Y el pibe, calentón como era, le respondió con un infantil pero sublime pito catalán. Qué pena que justo el árbitro lo vio y le sacó la amarilla a él también. Y a Orozco nada, que fue el que la empezó. Pero bueno, cosas del fútbol. Después de eso seguimos jugando, seguimos dominando el partido, y la pelota siguió sin entrar. Pero lo mejor del partido, lo mejor y lo peor, pasó en el minuto cuarenta del segundo tiempo. Figurski corrió tranquilo, sin mucha presión hasta la mitad de la cancha y se la dio a Morel, que estaba rodeado de jugadores del Pulgón. El pibe pasó entre dos, entre tres, entre cinco, entre siete, imparable el pibe, me dio un pase increíble que yo devolví de primera, consiguiendo evitar la marca de los dos centrales. Y Morel estaba en el área, estaba por rematar, no había dudas de que iba a ser gol, pero de la nada se revolea exageradamente en el área y se queda tirado, agarrándose el tobillo con una cara que si no lo conocías al pibe, pensabas que se había fracturado. Pero no, yo lo conocía bien. Había inventado un penal, pero esa vez, ay, pibe, esa vez el árbitro entró. Entró como el mejor. Cobró penal, le sacó tarjeta roja a Alonso o Gutiérrez, no me acuerdo y le preguntó a Morel si precisaba asistencia médica. Si lo hubieras visto, loco, al pibe levantándose, haciéndose el dolorido, y diciendo que no, que podía seguir, que no era tan grave. Y la invención de Morel, el penal que no había existido, estaba ahí, se sentía en los veintiún jugadores que estábamos en la cancha, en los hinchas que estaban en los tablones, en los suplentes, en los técnicos, en Alonso o Gutiérrez, que estaba sentado por ahí tomando agua indignado, en los referís. Se sentía algo como muy decisivo en el aire, porque claro, una de dos iba a pasar: o Morel metía el gol, ganábamos, y la reputación, la imbatibilidad de Orozco quedaba manchada; u Orozco lo atajaba, el partido quedaba cero a cero, pero la infalibilidad de Morel ya no iba a ser tal. Por fin, frente a frente, se iban a encontrar los dos titanes, los dos cracks, las dos promesas. El estadio estaba como loco. Todos gritaban, lloraban, gemían, aullaban, mugían, ladraban. Era la gloria estar ahí en ese momento. No se podía escuchar nada, nada más que el grito de euforia del público. Y fue entonces que pasó lo que a nadie se le hubiera ocurrido: Morel, parado en frente de la pelota, casi listo para patiar, le sacó groseramente la lengua a Orozco. En frente de todos, del árbitro, del línea, de los veinte jugadores que lo mirábamos atentos. Así nomás fue: le sacó la lengua el muy hijo de puta. Despacio abrió la boca, y con una sonrisa así, medio vengativa, le mostró la lengua. Y el árbitro lo había visto. Yo creo que hubiera preferido no verlo. Creo que también él quería saber qué iba a pasar en el duelo de los adolescentes gigantes. Pero lo vio, y no le quedó otra que sacarle la amarilla, la segunda. Y lo echó, así nomás. Antes de patear el penal. Ochenticinco minutos esperando el penal, buscándolo, y cuando se dio, lo echaron. La locura se desató en el estadio. En nuestro banco, obviamente, pero también en el de ellos. Si no me acuerdo mal, Orozco también reclamaba que la sanción era injusta, que no era para tanto, que lo dejaran patiar. Pero la decisión estaba tomada y ya le habían mostrado primero la segunda amarilla, después la roja. No había con qué darle.
Sin saber qué hacer, Morel caminó despacio hasta quedar afuera de la cancha. Tenía que patiar yo. No estaba nervioso; estaba entusiasmado. Ya dije yo que soy un gran patiador de penales y si le llegaba a convertir a Orozco, iba a estar a la altura del Diego. Acomodé la pelota, me alejé. Pensé bien antes de patiar. Le iba a dar fuertísimo, al palo izquierdo de Orozco, abajo. Imposible que la agarre ahí, aunque adivine a dónde va. El árbitro pitó. Yo patié perfecto. La pelota fue tal como yo quería que fuera al justo lugar al que yo quería que fuera. Pero el hijo de mil putas lo atajó. ¿Podés creer que lo atajo? Ni rebote dio el muy hijo de puta.

1 comentario:

  1. Bien, Ivi. Fresco, espontáneo, buen ritmo, me gustó. Por momentos me hiciste acordar al negro.
    Lauti

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