Yo soy un gran patiador de penales. No es por
soberbia, pero cuando uno hace las cosas bien, hay que reconocerlo, y yo
reconozco que soy un gran patiador de penales.
También hay que ser humilde y admitir cuando otro es mejor que uno y yo
sin dudas afirmo que mejor que Adolfo Morel, no hay ninguno. En toda su vida,
nunca erró un penal. Siempre que patió, convirtió. Si no me querés creer, está todo
bien. Hacé lo que quieras, pero yo te juro que es así: el pibe Morel nunca en
su vida erró un penal. Nunca. Morel era el enganche de Sportivo Las Parejas, el
club en el que yo jugaba de nueve.
Éramos muy amigos. ¡La cantidad de goles que me habrá hecho meter ese
pibe! Y sí, yo le digo pibe porque él llegó a Las Parejas cuando yo tenía 28;
él apenas tenía 17. Antes de él estuvo el peluca Sanso, que era un buen diez
también, pero nunca nos llevamos bien bien. Claro, en la cancha ni se notaba, o
al menos intentábamos que no se note, pero nunca fuimos muy amigos. Con Morel
era distinto, y en los 3 años que jugamos juntos tuvimos una relación de oro.
El pibe Morel era un pibe de oro.
Cuando
llegó al club, la cosa fue medio tensa. Imaginate que yo era la estrella, el
goleador del equipo, y para colmo ya muy cerca de retirarme. Y de golpe y
porrazo traen a un pendejo que se la da de crack, que dice que nunca en su vida
le atajaron un penal. ¡Andá a lavarte el orto! ¿Sabés la cantidad de sopa que
te hace falta, nene? Eso pensamos todos al principio, pero ¿podés creer que
tenía razón? Ya en el primer entrenamiento se notó que el pibe tenía algo
distinto, algo especial. Practicando los tiros libres, el nene la tiraba con un
efecto, y siempre la ponía donde quería. Y los penales ni te cuento. Siempre la
metía adentro. Era increíble. Incluso, cuando ya entró un poco en confianza, cosa
que no le tomó mucho tiempo porque nosotros somos un club chiquito, y aunque te
digo que al principio le tomamos medio bronca, en seguida nos dimos cuenta de
que era buena persona y que era un jugadorazo que le iba a hacer muy bien a la
institución y al equipo, que venía medio golpeado desde que se había retirado
el peluca; decía, entonces, que cuando ya entró un poco en confianza le decía a
Rial, nuestro arquero titular (que no era ningún boludo, eh) dónde iba a patiar,
cómo, con cuánta fuerza, y por más que Rial se tirara a ese lugar, la pelota
entraba. Y no es que le pegara fuerte, eh. No se entendía cómo, pero la pelota
entraba, siempre, entre los tres palos del arco. Algo tenía el pibe ese. Y no
solamente para patiar penales. Era de verdad un crack. Un jugadorazo. Y hablo
en pasado porque al pibe lo vendieron hace un año. Ahora está jugando en
primera división, en All Boys. Cuando lo compraron, All Boys estaba en la B,
pero llegó el pibe Morel y gracias a él, el club ascendió al toque. Solamente por él, que era un crack, y que fue
muy amigo mío cuando jugamos juntos. Todavía lo veo, cuando viene por acá.
Comemos un asado, tomamos unas birras, pero claro que ya no es lo mismo. Ahora que
está en primera tiene que cuidarse con las comidas, no puede chupar mucho, ni
fumar más de 3 puchos por día. Pero igual charlamos bocha, y no sólo de fútbol.
Una maza el pibe Morel, una maza.
Era de esos jugadores que no se
equivocan nunca; siempre te daba la pelota en el momento justo, en el lugar
justo, y después todo dependía de vos si era gol o no. Pero él nunca se
equivocaba. Y si veía que estabas muy marcado y no te la podía pasar, esperaba,
amagaba, cuidaba la pelota hasta poder dártela para que hagas el gol, o patiar
él, si le parecía bien. Ojo que no era ningún comilón; si él creía que lo mejor
era patiar, y no pasarla, patiaba, y la mayoría de las veces era gol; si creía
que lo mejor era pasártela, te la pasaba, y bueno, ahí ya dependía de vos. La
única vez que lo quise matar, pero la única, eh, fue en el partido contra 9 de
Julio.
Era un partido importantísimo, y
no sólo porque fuera un rival duro, que también peleaba el primer puesto en la
liga, sino más bien por Pascual Orozco, no sé si alguna vez oiste hablar de él.
Era el arquero del Pulgón. Ya nadie se acuerda de él porque un mes después de
este partido tuvo un accidente con el coche y nunca más pudo jugar, pero era un
arquero muy prometedor. Imaginate que en los 27 partidos que había jugado en el
Pulgón, le habían metido dos goles nomás. Dos goles, ¿podés creer? Ese Orozco
hubiera llegado a la selección. Seguro hubiera sido compañero de Morel, que
todavía no lo convocaron pero ya lo van a llamar y ahí va a estar jugando con
Messi, con Agüero, con Higuaín… Pero ahora Orozco está postrado en una silla de
ruedas; es una lástima haber perdido un arquerazo como él, y tan joven. ¿Qué se
le va a hacer? Pero en ese momento Orozco estaba jugando en 9 de Julio, o el
Pulgón, que nunca entendí por qué le dicen así, pero bueno, a nosotros nos
dicen Sportivo las Parejas, y en realidad nos llamamos Sportivo Atlético Club,
nomás. Decía, entonces, que Orozco, el
cordobés, atajaba para el pulgón y era una máquina. Dos goles en 27 partidos.
También se decía que en toda su carrera, le habían metido un solo gol de penal.
Era algo imposible. Patiáranle donde le patiaran, el tipo se revolcaba y la
atajaba. Y dicen que el único penal que le habían metido fue cuando él tenía 16
años, y ya atajaba en las inferiores del Pulgón. Era el 2010, y se ve que el
rumor de que había un pibito al que nadie podía meterle un gol, ni siquiera de
penal, había llegado a Capital. Y fue el mismísimo Diego Armando Maradona el
que viajó hasta Arequito a ver al pibe. Cuenta la leyenda que le dijo al oído:
“Si me atajás el penal, hoy mismo te llevo a la selección”. Estaba todo el
pueblo en la cancha. El diez acomodó la pelota, miró fijo a la cara de Orozco y
patió, bien a la derecha, bien contra el palo. Dicen que casi se la ataja, que
se le escapó de las manos por el efecto que llevaba la pelota, pero que se tiró
para ese lado y todo. Sin saludar, el Diego se fue de la cancha.
Todos estábamos impacientes por
el partido. Hasta Marcos, nuestro técnico, estaba emocionado por el duelo de
titanes que podríamos llegar a presenciar. Pero nos advirtió, bien clarito, que
no seamos boludos y no simulemos un penal si no era una falta en serio, porque
medio equipo estaba al borde de la fecha de sanción por acumulación de tarjetas
amarillas. Además, teníamos que aprovechar todas las oportunidades de convertir
que tuviéramos, porque si ganábamos, quedábamos punteros, a 3 del Pulgón. En
cambio, si perdíamos, ellos nos acaban 3 de ventaja y ahí sí que no los paraba
nadie; con el arquero ese que tenían se iban derechito y parejo hasta el
título. Igual teníamos casi todas las de ganar: éramos locales, teníamos mucho
mejor equipo y a los dos goleadores del campeonato: Morel y yo. Ellos, por otro
lado, tenían la valla menos batida, es cierto, pero tampoco habían tenido tantas
victorias. Habían empatado la mayoría de los partidos en cero, porque así como
nadie le podía hacer un gol a Orozco, así también sus delanteros eran
imbatibles, pero de lo malos que eran. Imaginate que después del accidente de
Orozco, el equipo perdió siete partidos seguidos y quedaron décimos en la tabla
al final del campeonato.
El partido arrancó a las 3 de la
tarde. A pesar del sol sofocante, la cancha estaba llena. Nosotros manejábamos
la pelota y a los quince del primer tiempo, tuvimos la mejor oportunidad del
partido: Morel me dio un pase increíble, entre las piernas de los dos centrales
del Pulgón y yo patié con furia al ángulo. No exagero si te digo que si
enfrente hubiera estado el mismísimo pato Abbondanzieri, la patada esa hubiera sido
gol seguro. Golazo. No sé si vos lo llegaste a ver el partido, pero Orozco
estaba medio desequilibrado, seguro porque pensó que Morel iba a patiar al arco
y tenía el cuerpo inclinado para el otro lado, medio agazapado; pero lo mismo
pegó un salto, voló con una velocidad de no creer y atajó el remate. La agarró.
No dio ni rebote el hijo de puta. Después tuvimos muchas más oportunidades. Los
cagamos a pelotazos, pero esa que te cuento fue la más clara. Ellos recién
tuvieron su primer patada al arco a los cuarenticinco minutos, justo antes del
entretiempo, pero Rial la atajó sin problema.
En el segundo tiempo, un poco
frustrado ya de tanto patear al arco de todos lados sin poder meter un puto
gol, aproveché que tenía cerca un defensor de ellos, creo que era Alonso, o
Gutiérrez, ya ni me acuerdo, e inventé un codazo en el área. Me tiré
convincentemente, agarrándome con fuerza la nariz. Pero el juez no entró, me
puso la amarilla a mí y cobró el tiro libre defensivo para ellos. Me hice el re
boludo cuando escuché a Marcos putiándome por no haber intentado patiar al
arco. Para no mirarlo, para no mirar al banco de suplentes, me quedé de frente
a Orozco, que tenía una sonrisa burlona en la cara. Y de golpe lo veo sacando
la lengua. Cosa de pendejos, qué sé yo, Orozco con dieciocho años, sacándole la
lengua al pibe Morel, que ahí andaría por los dieciocho también. Y el pibe,
calentón como era, le respondió con un infantil pero sublime pito catalán. Qué
pena que justo el árbitro lo vio y le sacó la amarilla a él también. Y a Orozco
nada, que fue el que la empezó. Pero bueno, cosas del fútbol. Después de eso seguimos
jugando, seguimos dominando el partido, y la pelota siguió sin entrar. Pero lo
mejor del partido, lo mejor y lo peor, pasó en el minuto cuarenta del segundo
tiempo. Figurski corrió tranquilo, sin mucha presión hasta la mitad de la
cancha y se la dio a Morel, que estaba rodeado de jugadores del Pulgón. El pibe
pasó entre dos, entre tres, entre cinco, entre siete, imparable el pibe, me dio
un pase increíble que yo devolví de primera, consiguiendo evitar la marca de
los dos centrales. Y Morel estaba en el área, estaba por rematar, no había
dudas de que iba a ser gol, pero de la nada se revolea exageradamente en el
área y se queda tirado, agarrándose el tobillo con una cara que si no lo
conocías al pibe, pensabas que se había fracturado. Pero no, yo lo conocía
bien. Había inventado un penal, pero esa vez, ay, pibe, esa vez el árbitro
entró. Entró como el mejor. Cobró penal, le sacó tarjeta roja a Alonso o
Gutiérrez, no me acuerdo y le preguntó a Morel si
precisaba asistencia médica. Si lo hubieras visto, loco, al pibe levantándose,
haciéndose el dolorido, y diciendo que no, que podía seguir, que no era tan
grave. Y la invención de Morel, el penal que no había existido, estaba ahí, se
sentía en los veintiún jugadores que estábamos en la cancha, en los hinchas que
estaban en los tablones, en los suplentes, en los técnicos, en Alonso o
Gutiérrez, que estaba sentado por ahí tomando agua indignado, en los referís.
Se sentía algo como muy decisivo en el aire, porque claro, una de dos iba a
pasar: o Morel metía el gol, ganábamos, y la reputación, la imbatibilidad de
Orozco quedaba manchada; u Orozco lo atajaba, el partido quedaba cero a cero,
pero la infalibilidad de Morel ya no iba a ser tal. Por fin, frente a frente,
se iban a encontrar los dos titanes, los dos cracks, las dos promesas. El
estadio estaba como loco. Todos gritaban, lloraban, gemían, aullaban, mugían,
ladraban. Era la gloria estar ahí en ese momento. No se podía escuchar nada,
nada más que el grito de euforia del público. Y fue entonces que pasó lo que a
nadie se le hubiera ocurrido: Morel, parado en frente de la pelota, casi listo
para patiar, le sacó groseramente la lengua a Orozco. En frente de todos, del
árbitro, del línea, de los veinte jugadores que lo mirábamos atentos. Así nomás
fue: le sacó la lengua el muy hijo de puta. Despacio abrió la boca, y con una
sonrisa así, medio vengativa, le mostró la lengua. Y el árbitro lo había visto.
Yo creo que hubiera preferido no verlo. Creo que también él quería saber qué
iba a pasar en el duelo de los adolescentes gigantes. Pero lo vio, y no le
quedó otra que sacarle la amarilla, la segunda. Y lo echó, así nomás. Antes de
patear el penal. Ochenticinco minutos esperando el penal, buscándolo, y cuando
se dio, lo echaron. La locura se desató en el estadio. En nuestro banco,
obviamente, pero también en el de ellos. Si no me acuerdo mal, Orozco también
reclamaba que la sanción era injusta, que no era para tanto, que lo dejaran
patiar. Pero la decisión estaba tomada y ya le habían mostrado primero la segunda
amarilla, después la roja. No había con qué darle.
Sin saber qué hacer, Morel
caminó despacio hasta quedar afuera de la cancha. Tenía que patiar yo. No
estaba nervioso; estaba entusiasmado. Ya dije yo que soy un gran patiador de
penales y si le llegaba a convertir a Orozco, iba a estar a la altura del
Diego. Acomodé la pelota, me alejé. Pensé bien antes de patiar. Le iba a dar
fuertísimo, al palo izquierdo de Orozco, abajo. Imposible que la agarre ahí,
aunque adivine a dónde va. El árbitro pitó. Yo patié perfecto. La pelota fue
tal como yo quería que fuera al justo lugar al que yo quería que fuera. Pero el
hijo de mil putas lo atajó. ¿Podés creer que lo atajo? Ni rebote dio el muy
hijo de puta.
Bien, Ivi. Fresco, espontáneo, buen ritmo, me gustó. Por momentos me hiciste acordar al negro.
ResponderEliminarLauti