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Todo lo que hay en este blog es literatura. Puede ser interpretada como se quiera, por ende y todo lo que se diga al respecto será respetable y respetado. Es por eso que pido a los lectores y visitantes de este blog que comenten; lo que les parezca, "su opinión nos interesa".



Además me gustaría aclarar que toda la producción publicada en este blog no es mía propia, sino que en todo me ayudó, poco más o poco menos, pero siempre significativamente, Hernán Tenorio.



viernes, 29 de julio de 2011

La hermana

Cuando Greta Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama, acostada boca abajo, sintiendo una ligera náusea. Y sí, es que el recuerdo de su fallecido hermano (o al menos eso suponemos) todavía la aquejaba por las noches y guardaba en su corazón una tribulación que no se animaba a revelar, ni a sus padres ni a sus amigas, y que no le permitía retomar como de costumbre su vida. Tampoco sabemos nosotros, pues no nos lo ha contado, qué era ese pensamiento que no la dejaba tranquila por las noches y, que durante el día se le olvidaba de a ratos para luego regresar con más fuerza, antes de irse a acostar.  Una semana después de la muerte de Gregorio, el matrimonio Samsa y su hija Greta se mudaron a una casa mucho más chica, barata y cómoda que la que vivían, donde había pasado el horrible accidente. El señor y la señora Samsa aparentemente habían podido retomar sus vidas sin mayores complicaciones; aunque la deuda del señor Samsa aún no estaba saldada, con toda la familia trabajando intensamente, en menos de un año, dejarían de ser deudores y podrían incluso pensar en ahorrar un poco. Aparentemente el matrimonio no extrañaba para nada a Gregorio, e incluso se podía percibir, cuando hablaban de él (aunque ciertamente no lo hacían muy a menudo) cierto esbozo de odio o de horror en sus palabras.
¿Qué aquejaba a nuestra Greta? ¿Qué pensamiento, qué sentimiento era el que no le permitía practicar sus lecciones de violín, dormir tranquilamente por las noches o intentar socializar para conseguir un pretendiente joven y adinerado, como le aconsejaban diariamente sus padres? Ciertamente algo que ver con Gregorio tendría, ya que antes del horrible incidente dormía como un ángel y tocaba el violín que daba gusto. Pero ella no lo contaba; tal vez porque no podía ponerlo en palabras, tal vez porque no se animaba a hablar. Tal vez sabía algo que podría develar el misterio de lo ocurrido a su queridísimo hermano. Tal vez se sentía mal por haberse alejado de él cuando él más la necesitaba. O tal vez nada tenía que ver con su hermano, tal vez se sintiera mal por el excesivo acné en su cara, o por algún que otro kilo de más que podría llegar a tener. Lo cierto es que Greta no estaba tranquila y no podía conciliar el sueño por más de tres horas consecutivas. Por las noches soñaba; tenía pesadillas. Y esto lo sabemos no por haberla espiado mientras dormía, que admitir eso sería correr el inmenso riesgo de ser denunciado por acoso, tal vez encarcelado, tal vez obligado a permanecer lejos de nuestro personaje por una orden de restricción (no estamos muy familiarizados con las leyes austríacas o checoslovacas de principios de siglo) pero de cualquier forma, obligados a no poder terminar de contar este cuento, más por falta de fuentes que por imposibilidad física. Decía, esto lo sabemos no por haberla espiado mientras dormía, sino por ciertas herramientas que tenemos los narradores de relatos que no pueden ser expuestas públicamente, y menos en un relato como este, a riesgo de ser expulsados del gremio de narradores y perder nuestros beneficios provenientes del susodicho gremio. Por las noches tenía pesadillas, esto lo sabemos y punto. Y durante el día le costaba concentrarse, se pasaba horas pensando (en qué, no sabemos), mirando un punto fijo, a veces con los ojos cerrados, quizá imaginando algo, quizá durmiendo, ya que por las noches no podía descansar.


Evidentemente un día pensó que ya era suficiente, que no podía seguir así con su vida, que tenía que superar lo que fuera que la estaba aquejando. Se abrigó, le dio un abrazo a la señora Samsa, un beso en la mejilla al señor Samsa y bajó por las escaleras hacia la calle. En el camino se cruzó con dos amigas que estaban yendo a tomar un café al bar de la esquina, pero rehuyó sus miradas escondiéndose en el zaguán de una casa. Dejó que pasaran, que se alejaran y emprendió camino. ¿Hacia dónde? Nos preguntamos. Al hospital, dijo ella en voz alta, como si nos hubiera escuchado. Caminaba con pasos cortos, pero veloces. Esquivaba a los vendedores callejeros y a los transeúntes. No miraba a ningún lado, o tal vez mirara al lugar por donde, cinco cuadras más al Norte, vería aparecer el inmenso edificio del hospital de la ciudad. Tenía en los ojos la misma expresión que tuvo esa mañana cuando se despertó y sintió una fuerte náusea. Es verdad que habíamos dicho que había sido ligera, pedimos mil disculpas y aclaramos en este preciso instante nuestra errata: había sido fuerte, muy fuerte. Casi intolerable. Había algo que la estaba haciendo sentir mal, y evidentemente Greta Samsa pensaba que su solución o su respuesta podía ser hallada en el hospital.  ¿Qué iba a hacer Greta al hospital? Nos preguntamos. A hacerme un análisis de sangre. Dijo ella en voz alta, como si hubiera leído nuestros pensamientos o nuestro cuento, que es casi lo mismo. Ya que responde tan solícitamente, se nos ocurre preguntarnos, para ver si volverá a responder, qué pretende saber haciéndose un análisis de sangre. Nada. Silencio. No dijo nada en voz alta, como si esta vez no nos hubiera oído o hubiera decidido ignorarnos. Sólo siguió caminando, en dirección al hospital, con la mirada fija en alguna parte y con pensamientos ignorados por nosotros en la cabeza. Sólo sabemos que Greta Samsa, hermana del famoso Gregorio, estaba intranquila y caminaba en una tarde europea, por la ciudad hasta el hospital para hacerse un análisis de sangre que pretendía le iba a quitar o aliviar un poco sus tribulaciones.  Dos cuadras después de que hayamos formulado la última pregunta, dijo algo en voz muy bajita, casi inaudible, lo dijo para ella, como intentando convencerse de que lo que hacía tenía algún sentido, que no era vano, que había esperanzas de recuperar su paz. Quiero, necesito saber (dijo) si es hereditario o no. Eso fue todo lo que dijo aunque, claro, no es necesario ser un genio de la interpretación, de la exégesis de textos cifrados para saber a qué se refería. Claro que todos, tanto nosotros como ustedes, saben a qué se refiere. Obvio que tiene sentido, Greta. ¿Cómo no se te ocurrió antes? ¿Cómo no se te ocurrió durante aquel otro cuento, aquel cuento tanto más famoso y solemne que este? ¿Cómo es que recién hoy, tantos días después de la muerte de tu hermano, casi un siglo después de la publicación del otro cuento, se te ocurre ir a extraerte sangre al hospital? Frenó de golpe frente a la puerta del hospital. Tenía una amiga enfermera que muy seguramente estaría de guardia en ese momento. Preguntaría por ella, y le pediría discreción.
Entró tranquila, un poco más calmada, aunque muy agitada por la veloz caminata desde su casa. En la recepción del hospital preguntó por Milena, su amiga, pero no supieron de quién hablaba; evidentemente en el hospital trabajaba mucha gente. Le recomendaron que preguntara en la dirección de personal. Para llegar al susodicho lugar, tuvo que recorrer pasillos, atravesar numerosas puertas y subir dos o tres escaleras. Una vez en la dirección, no le quisieron informar en qué ala estaba trabajando la señorita Milena, ya que, en un hospital público tan grande e importante como ese, tenían numerosas enfermeras todas igualmente calificadas para atender a los enfermos. Es que es una amiga mía, y me sentiría más segura si me atendiera ella, le explicó al señor gordo, de traje, que fumaba sentado sin mirarla, de espaldas a un pizarrón lleno de nombres y números.
−¿O sea que desconfía de nuestro personal? − Preguntó el hombre gordo.
−No es eso− intentó explicar Greta−, es que es un asunto delicado que me gustaría mantener lo más privado posible. −Sabemos que ninguna excusa haría cambiar la opinión del gordo empleado del hospital, pero no entendemos por qué su reacción tan adversa ante el no tan descabellado pedido de Greta.
−Si es así, voy a necesitar que llene estas planillas y que describa con exactitud el tipo de relación que mantiene con la señorita Milena, detallando de dónde se conocen y cuántas veces se vieron personalmente.
−¿Para qué es todo esto, si solamente necesito que me extraiga un poco de sangre?
−Disculpe señorita…
−Greta. Greta Samsa.
−Señorita Greta, pero las políticas de este hospital son claras al respecto: las enfermeras o doctores disponibles atenderán a los enfermos en orden de llegada. En este momento la señorita Milena no está disponible, y si es necesario importunarla, porque tiene una visita de una amiga, es preciso que certifiquemos si de verdad se trata de una amiga; nadie quisiera que la interrumpamos para que atienda a una extraña que bien podría ser atendida por algún otro médico u otra enfermera. ¿No opina usted igual?
−Por supuesto, pero verá usted, yo le digo que soy su amiga y no creo necesario certificarlo llenando estas incomprensibles planillas con datos que son tanto privados como irrelevantes para la atención médica que prestan en este hospital.
−Si no está dispuesta a llenar las planillas, entonces voy a tener que pedirle que se retire de mi oficina y que vaya al lobby principal a esperar que la atienda alguna enfermera que esté disponible. Si tiene suerte, quién sabe, quizás la atienda su supuesta amiga Milena. Por favor, ahórreme la molestia, estoy intentando trabajar. Adiós.
Greta se retiró y cerró la puerta con fuerza detrás suyo. No podía entender el mal trato del que había sido víctima. Decidió volver al lobby y esperar a que apareciera su amiga, para pedirle personalmente que la atienda. Se sentó en una inconfortable silla de la sala de espera y abrió su libro, que hacía semanas que no tocaba. Leyó un par de páginas, sorprendida  de su capacidad para concentrarse, pero cuando bajó un poco el libro para ver si aparecía su amiga, notó que la señora de la recepción la miraba fijamente, sin despegar por un instante la vista de ella. Se acercó para preguntar por su amiga, pero antes de poder decir nada la recepcionista le dijo que el hospital no era una biblioteca y que si estaba enferma, tenía que llenar las fichas de ingreso, explicando detalladamente su identidad y los síntomas que la aquejaban y le habían hecho ir a atenderse al hospital.
−Es que no tengo ningún síntoma; sólo quería hacerme un estudio… de rutina. – Explicó Greta.
−Para eso, debe usted entrar por la otra puerta del hospital; esta es sólo para urgencias.
−Claro, discúlpeme. –Dijo con mal tono nuestro ya harto personaje, guardando el libro en su bolso y saliendo nuevamente a la calle. Por la otra entrada, el panorama era parecido: una sala de espera grande con esas sillas incómodas, una recepcionista atendiendo a la gente y una escalera y numerosos pasillos al fondo. Decidió ni molestarse en preguntar por su amiga. Llenó las fichas de inscripción y se sentó a esperar, esta vez sin abrir su libro. Sabemos que las coincidencias suelen favorecer más a los personajes de ficciones que a las personas verdaderas (pero ¿Cuál es la diferencia? Se preguntaron Jorge y Macedonio, aunque no venga a cuento)  y Greta, a pesar de no conocer su condición de personaje ficcional, esperó con esperanza, valga la redundancia, a que apareciera (como efectivamente sucedió unos minutos más tarde) su amiga Milena y la llamara por su nombre. Las dos amigas se abrazaron y entraron en una habitación muy pequeña preparada para ese tipo de procedimientos de rutina.
 Greta miró con un poco de miedo la jeringa, pero después miró la cara sonriente, amable, de su amiga y se volvió a tranquilizar. Cerró los ojos mientras esas manos conocidas y confiables le pasaban un fresco algodón humedecido en alcohol por el brazo derecho. La voz de su amiga la reconfortaba. No había nada que temer, más que los resultados, pensó Greta. O al menos eso suponemos, ya que no tendríamos manera de saber qué es lo que pasaba por su cabeza en el instante en el que la jeringa se clavaba sin esfuerzo en su antebrazo. Pero sí sabemos (no pregunten, por favor no pregunten cómo) que en el instante siguiente, mientras su amiga gritaba confundida y salía espantada  de la habitación, Greta supo con seguridad que ese líquido verde y viscoso que llenaba la jeringa no era, no podía ser sangre humana.

4 comentarios:

  1. Muy bueno los comentarios de la voz palpable!

    Abrazo,
    Lucho

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  2. Iván: quedó muy bueno el final y, por supuesto, todo el cuento!!!


    Un abrazo!!!!!

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  3. MUY bueno. Sí tuviera que arriesgar, diría que lo que le pasa es que sabe que se está volviendo un cascarudo, eso le preocupa y no la deja dormir. Se apena por el hermano pero solo porque intuye que pronto correrá con la misma suerte.

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