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Todo lo que hay en este blog es literatura. Puede ser interpretada como se quiera, por ende y todo lo que se diga al respecto será respetable y respetado. Es por eso que pido a los lectores y visitantes de este blog que comenten; lo que les parezca, "su opinión nos interesa".



Además me gustaría aclarar que toda la producción publicada en este blog no es mía propia, sino que en todo me ayudó, poco más o poco menos, pero siempre significativamente, Hernán Tenorio.



lunes, 1 de febrero de 2016

Augurio

El sol se cuela por un agujero de la chapa del techo e ilumina a la araña que, descubierta en mitad de su telaraña, intimidada, se precipita a su nido en un huequito de la pared. El sol es débil, y cada día que se aleja el verano y se adentra en el otoño, se debilita más. El haz de luz pasa como mojando a la translúcida telaraña y va a asentarse, metros más allá, sobre el tejido de lana blanca. El agujero de uno o dos centímetros es circular, y el rayo que lo atraviesa toma su forma pequeña y algo ovalada. Su luz casi no calienta. Pero atraviesa la chapa, la telaraña, el aire silencioso y polvoriento de la mañana y va a recostarse, cansinamente, sobre el tejido de lana blanca que se menea y contonea bajo el movimiento suave, lento pero continuo, de los brazos y las agujas. El tejido blanco y todavía demasiado germinal para ser algo más que un par de hilos enrevesados y promisorios, se vuelve reverberante y con su movimiento y su luz ilumina la cara esperanzada y joven de la tejedora.  Su cara no desvela ningún sentimiento: esos quedan dentro suyo, igual que el nombre de aquel hombre especial que otros intuyen y nadie conoce. Por la pantalla detrás de su frente pasan imágenes crueles y sentimientos turbulentos, pero ella los interrumpe voluntariamente, a su antojo y las transforma en melodías familiares, de sosiego y calma. Transforma las imágenes tensas y vibrantes en felices melodías de pájaros cantando, de fuego crepitando en el horno del pan, de agua brotando de lo hondo de la tierra hacia la superficie. Levanta la vista de su tejido blanco y luminoso. Contempla la casa tranquila como nunca: todos salieron y ella prefirió quedarse, tejer una bufandita previsora. La silla donde está sentada es incómoda. Baja los brazos, alivia la tensión monocorde y repetitiva del tejido. Siente una ligera suavidad en el vientre. Una caricia tibia. Levanta la mirada y ve cómo el sol se cuela por un agujero de la chapa del techo, roza como mojando una translúcida telaraña, atraviesa el aire silencioso y algo polvoriento de la mañana y se posa, delicado y tibio, débil, en su vientre. Se mira, contempla el circulito luminoso sobre su panza. Siente náuseas. Por la pantalla detrás de su frente pasan imágenes crueles, sentimientos turbulentos. Los disipa voluntariamente. Para dejar de pensar, retoma las agujas. El sol vuelve a reverberar sobre la lana blanca y a iluminar indirectamente su rostro. Reemprende el clac clac clac de las agujas golpeándose, rozándose mutuamente. Recomienza el tejido.

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