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Todo lo que hay en este blog es literatura. Puede ser interpretada como se quiera, por ende y todo lo que se diga al respecto será respetable y respetado. Es por eso que pido a los lectores y visitantes de este blog que comenten; lo que les parezca, "su opinión nos interesa".



Además me gustaría aclarar que toda la producción publicada en este blog no es mía propia, sino que en todo me ayudó, poco más o poco menos, pero siempre significativamente, Hernán Tenorio.



domingo, 28 de junio de 2015

La parte inventada. Rodrigo Fresán.

Yo no conocía a Rodrigo Fresán. No lo conozco, todavía. Hasta el año pasado, apenas había leído uno o dos cuentos suyos, sueltos, sin prestarles demasiada atención. Me habían parecido buenos, pero no mucho. Ahora, dos novelas y más de mil páginas después, sospecho que mi primera impresión fue errada.

                Yo no conocía a Rodrigo Fresán. No lo conozco todavía. Y cada vez que digo esto, recuerdo a una persona que bien podría haber salido de una de sus novelas. Lo único que supe de él es que era un vendedor de libros, o lo fue durante un tiempo. Sospecho que no más de una o dos semanas. La única vez que lo traté fue una tarde, en la vereda del parque Rivadavia, por donde paso casi todos los días. Él estaba con su mantita y sus libros disfrutando del sol declinante de la tarde. No lo había visto antes, aunque me aseguró que hacía dos semanas se acomodaba diariamente en esa vereda para vender los libros de su biblioteca. Tenía bastantes, y estaban ordenados prolijamente, casi con devoción. La mayoría eran libros muy buenos, y muchos eran difíciles de conseguir, o caros. Era raro encontrar esa selección en un puesto improvisado en la calle. Sin mucha lógica, me sentí un afortunado; como si esos libros estuvieran ahí sólo para mí. Entre tantos libros interesantes, hubo dos que me llamaron especialmente la atención: Entre Paréntesis, un libro póstumo de ensayos de Roberto Bolaño, y Mantra, de Rodrigo Fresán, pero en ese momento no tenía mucha plata encima. Como quien no quiere la cosa, le pregunté si me podía hacer precio por los dos libros, o por lo menos por el de Bolaño, que era el que más me interesaba. Se lo dije un poco actuando, como exagerando mi desazón ante la falta de dinero. El vendedor no accedió. Parecía enojado, casi indignado. Pero no porque intentara regatear, sino porque lo ofendía que prefiriera comprarle los ensayos de Bolaño antes que la novela de Fresán. Empezó a hablarme, a convencerme de que llevara el libro negro, con el muchacho enmascarado que me señalaba intimidantemente, y no el rojo con la foto aburrida del intelectual cruzado de brazos. No me acuerdo qué me decía; me acuerdo de sus gestos entusiastas, y que repetía constantemente: “La gente no sabe lo que es Fresán. La gente no conoce a Fresán”. Logró convencerme. Como el dinero no me alcanzaba, le pedí que me guardara Mantra, hasta el día siguiente, que iría a buscarlo y a pagarlo. Al día siguiente volví, a pesar de la lluvia que caía. Sabía que no iba a estar, pero ya estaba entusiasmado con el libro. Al otro día fue domingo, y aunque nuevamente acudí a la cita, el vendedor no apareció, y así día tras día, hasta que sucumbí a la tentación y lo compré nuevo en una librería, pagándolo más del doble. Al vendedor no lo volví a ver, aunque como dije, paso diariamente por esa vereda.